«La sola mención de la
Orden del Temple suele despertar sentimientos contrapuestos: para unos se trató
de un grupo de caballeros orgullosos y ávidos de poder, ansiosos de riquezas y
de gloria mundana, que se comportaron con una soberbia y una altanería impropia
de cristianos; para otros fueron creyentes modélicos que dejaron de lado todo para
dedicar su vida al servicio y defensa de la cristiandad. Y no faltan quienes los
consideran una secta de personas iniciadas en cultos esotéricos, practicantes
de ritos cabalísticos y mágicos, guardianes de reliquias y poseedores de
grandes secretos y tesoros ocultos. A nadie dejaron indiferente; ya desde el
mismo siglo XII los templarios contaron con defensores y detractores: el
cronista Guillermo de Tiro, que nació en Jerusalén hacia 1130, vivió en Francia e Italia y llegó
a ser canónigo en San Juan de Acre y archidiácono de Tiro, muestra en su
crónica, escrita hacia 1170, muy
poca simpatía hacia los caballeros del Temple, y aprovecha cualquier
circunstancia para atacar su forma de comportarse; el cronista inglés Mathieu
París lanzó duras acusaciones contra ellos. Por el contrario, Jacques de
Vitry, nacido hacia 1165 y
fallecido en 1240, se mostró en su
crónica de manera muy favorable a los templarios; y Bernardo de Claraval,
uno de los santos más influyentes del Medievo, los elogió de manera superlativa
en una obra escrita hacia 1130. Pero
sin duda, lo que ha hecho del Temple la orden religiosa más atractiva de la cristiandad
y sobre la que más se ha debatido es la manera en que desapareció. Desde que se
decretó su supresión, a principios del siglo XIV, no han cesado de producirse especulaciones,
algunas absolutamente fantasiosas, sobre las actividades de los templarios, su
modo de vida, sus relaciones con otras sectas, sus pactos y convenios con los musulmanes
o su pretendido secretismo.
Durante siglos se ha
debatido sobre su inocencia o su culpabilidad, y ambas posturas han sido defendidas
por notables intelectuales. Los cronistas medievales, mayoritariamente clérigos,
han sostenido que la gente de la época sentía desprecio por el Temple, basándose
en el rechazo que provocaba el rumor extendido y argumentado por indivíduos muy
poderosos de que a los templarios sólo les guiaba la ambición de poder y la avidez
de dinero. Dante Alighieri, que
incluso ha sido adscrito al Temple por algunos estudiosos, coloco en La divina comedia en el Purgatorio
(Purgatorio, Canto XX) a la dinastía de los Capelos, remante en Francia entre
fines del siglo X y principios del XIV, a cuyos monarcas recrimina su avaricia;
y amonesta en el día del Juicio Final al rey Felipe IV el Hermoso, al que acusa de hacer daño junto al Sena, falsificando la moneda, el que morirá herido por un
jabalí (Purgatorio, Canto XIX). El poeta florentino no dudó en ubicar en
el mismísimo infierno al papa Clemente V, el pontífice signatario de la
supresión de la Orden del Temple, junto a los simoníacos (Infierno,
Canto XXX). Voltaire escribió poco después de 1741 un breve texto titulado El
suplicio de los templarios, que incluyó en su obra Ensayo sobre las costumbres, donde se muestra partidario
de los templarios, a los que exime de culpa y considera inocentes. En su
contra, el gran escritor escocés Walter Scott, en su legendaria
novela Ivanhoe, atribuye
a un caballero templario, al que llama Brian de Bois-Guilbert, todos los
vicios que los detractores les asignaban, es decir, el orgullo, la
arrogancia, la voluptuosidade y la crueldad.
Los estudios más actuales suelen mostrarse más amables con la actitud
de los templarios; en la historiografía más reciente se presentan como una
instancia rebelde y no sometida al poder eclesiástico de los obispos, con un
balance final favorable y considerándolos inocentes de cuanto se les acusó en
el proceso que se incoó contra ellos a comienzos del siglo XIV. En la inmensa
mayoría de los juicios de valor a que son sometidos por la historiografía
contemporánea, suelen salir indemnes y con el marchamo de inocencia. Creada
para la defensa de los peregrinos, la
Orden del Temple constituyó la principal línea de defensa de la
cristiandad en Tierra Santa. Su historia corre paralela a la historia de las
Cruzadas y el tiempo en el que se desarrolló desde su fundación hasta su desaparición
(1119-1312)
coincide de manera mimética con la presencia de los cruzados en los Santos
Lugares (1097-1291). El Temple es, indiscutiblemente, el más ajustado
paradigma de ese tiempo en el que las Cruzadas marcaron las discrepancias entre
musulmanes y cristianos, sin duda la causa principal del rechazo mutuo que se
extendería durante siglos y aún hoy continúa. A comienzos del siglo XXI la
historia de los templarios sigue ofreciendo un extraordinário atractivo,
aumentado si cabe por el recrudecimiento, tanto verbal como práctico, de la
tensión entre el mundo occidental y el mundo islámico, que radicales cruentos y
visionarios insensatos de ambos lados abogan por mantener vivo, y si es posible
incrementado, para que no se disipe el enfrentamiento
entre civilizaciones». In José Luis Corral, Breve Historia de la
Ordem del Temple, Edhasa, Ensayo Editora, 2006, ISBN 978-84-350-2684-0.
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