«Desde hace un tiempo vengo
considerando que los mapas estan equivocados, o por lo menos, que contienen algunas
inexactitudes. Este es el caso de la famosa isla de Robinson, en el archipiélago
Juan Fernández, conocida anteriormente como la isla Más a Tierra. No piensen tampoco que los lugares permanecen siempre
en el mismo sitio. Lo que albergan, su esencia, viaja en el tiempo y podemos encontrarnos
en un sitio que antaño fue otro lugar diferente o, al contrario, podemos estar en
lugar que no es lo que parece. En Portalegre me encontré cara a cara con
esta paradoja espacio temporal. Allí se encuentra la Fábrica Robinson, fundada
en el siglo XIX por George Robinson, hacia 1840,
en lo que fue el antiguo Convento de San Francisco, y dedicada a la transformación
del corcho. Su hijo, George Wheelhouse Robinson, convirtió un lugar aislado,
una isla en tierra adentro, en un lugar clave para la revolución industrial del
Alentejo portugués, introduciendo los avances dela civilización técnica de su tiempo
gracias a la máquina de vapor, la energia eléctrica, los novedosos procedimientos
de fabricación de tapones de corcho, los nuevos modos de organización laboral y
un innovador estilo de gestión empresarial.
A comienzos del mes de Septiembre
de 2011, recibí una invitación de António
Camões Gouveia para participar en el V Día Robinson. Lo primero que hice
fue buscar en Google Earth la
posición exacta del lugar al que me tenía que dirigir: la ciudad de Portalegre
y, como en otras ocasiones, convertí esta invitación en una pequeña aventura como
forma de hacerme más mágico ese compromiso al tiempo que convirtiera en más interesante
aquello que yo pudiera ofrecer a mis anfrtriones desde mi experiencia en
relación con la gestión del patrimonio industrial. Curiosamente, la vida es un cruce
de casualidades, estaba leyendo en esos momentos el ensayo de Pietro Citati El mal absoluto. En el corazón de la novela des
siglo XIX que arranca, precisamente, con un capítulo dedicado a La vida y las extrañas y sorprendentes aventuras
de Crusoe de York, marino, obra publicada en 1719 por Daniel Defoe y que es reconocida como la primera novela en
lengua inglesa, donde se hace un retrato de Robinson Crusoe en su naufrágio que
bien pudiera servir para ilustrar el carácter de nuestro Robinson George Wheelhouse:
Con el paso de los años, dice Citati, la isla
se convierte en un lugar de vida cívica, de modo que un espacio natural, ecosfera,
se transforma, gracias a la acción ordenada de una mente racional, en un espacio
artificial, tecnosfera.
Dando pie, desde entonces, a convertir
a Robinson Crusoe en un mito del precoz capitalismo inglés tal como el proprio
Karl Marx expresaba en su obra Contribución
a la crítica de la económica política cuando afirmaba: los robinsonadas no expresan en ningún modo, como se lo figuran los historiadores
de la civilización, una simple reacción contra un excesivo refinamente y el entorno
a una vida primitiva mal comprendida. Como tampoco El Contrato Social de
Rousseau, que mediante una convención relaciona y comunica a sujetos
independientes por naturaleza, reposa sobre semejante naturalismo. Ésa es la apariencia,
y la apariencia estética solamente, de las pequeñas y grandes robinsonadas. Éstas
anticipan más bien la sociedad burguesa que se preparaba en el siglo XVI y que
en el siglo XVIII marchaba a pasos agigantados hacia su madurez. En esta sociedad
de libre competencia, el individuo aparece como desprendido de los lazos de la naturaleza,
que en épocas anterirores de la historia hacen de el una parte integrante de un
conglomerado humano determinado, delimitado.
Por tanto, no solo me dirigía al encuentro
de uno de los espacios más interesantes de la revolución industrial portuguesa,
sino a un lugar donde se podía profundizar en los arquetipos fundacionales de nuestra
civilización como son: el explorador, el descubridor, el acumulador, el otganizador,
el benefactor, el inventor. Partiendo de Sevilla, me dirigí hacia el norte, por
antigua Vía de la Plata para,
llegando a Badajoz, virar hacia el oeste en dirección a Elvas para tomar la
N246 que a través de São Vicente, Santa Eulália y Arronches me llevaría hasta Portalegre.
La carretera guardaba todavía el antiguo trazado caminero, que bordeaba
antiguas propiedades rurales, era sinuosa, protegida por quitamiedos de fábrica.
Encauzada por un hermoso bosque de galería formada por alcornoques, castaños de
Indias, pinos y encinas. Discurría placidamente entre los restos de las
antiguas dehesas y campos de olivos que le proporcionaban un carácter paisajístico
de granbelleza. Al paso de los diferentes pueblos descubrí la interesante
arquitectura popular compuesta por vivendas de planta baja, de la tipología de puerta
e ventana, coronada por las impresionantes chimeneas que caracterízan el modo de
vida de estas poblaciones agrarias». In Julián Sobrino Simal, Viaje a la isla de
Robinson en Alentejo português, Publicações da Fundação Robinson, nº 20, Portalegre,
2014, ISSN-1646-7116.
A amizade de Célia, Odete e Laura
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