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e wikipedia
«Barcelona,
año 1666. Un misterioso libro pasa de las manos de un monje, a punto de
sucumbir devorado por las llamas de un pavoroso incendio, a las de su abad. Es
la copia de un códice perdido de Platón, que contiene el relato de su encuentro
con una enigmática mujer: una extranjera que le reveló secretos incomprensibles
incluso para el gran sabio. Uno de ellos el más crucial de todos, cifrado
mediante caracteres desconocidos contiene la promesa de otorgar a quien lo
posea un poder ilimitado. El antiquísimo libro seguirá un periplo que lo
llevará al monasterio de Montserrat, al sur de Francia, a París… y a pertenecer
a personajes como el famoso conde de Saint-Germain o el mismísimo Napoleón
Bonaparte, antes de quedar sepultado y olvidado en los subterráneos de una
pequeña ermita de Gerona. Tiempo después, en plena Guerra Civil española, el
gobierno de Franco pide a George Rojo, estadounidense de origen español y
profesor en la Universidad de Salamanca, que estudie las fotografías del códice
interceptadas a un correo republicano. El profesor Rojo accede, después de
muchas dudas, a infiltrarse en zona republicana. Aunque no lo hará al servicio
del gobierno franquista, sino para descubrir la verdad oculta en el códice. Una
verdad que podría cambiar el destino de la humanidade».
«En el año 47 a.C., durante el asalto a la
ciudad de Alejandría de las fuerzas leales a Tolomeo y contrarias a su hermana
Cleopatra, y en presencia de Julio César, la gran biblioteca sufrió un terrible
incendio en el que se quemaron miles de sus volúmenes; obras únicas e
irrepetibles, el mayor compendio del saber antiguo jamás reunido. Libros de
Aristóteles, de Demócrito y Protágoras, de Aristarco, de Parménides y
Heráclito, de Pitágoras, de Diógenes… Y con ellos se perdió un conocimiento
inimaginable, fruto de siglos de estudio; los saberes concebidos por las mentes
más brillantes de la Antigüedad. A lo largo de la historia, por orden de
emperadores romanos o califas musulmanes, otras destrucciones diezmaron de
nuevo los fondos de la biblioteca. Y las obras que pudieron salvarse cayeron
pronto en el olvido, sepultadas bajo el humus del fanatismo religioso en la
Edad Media. Pero es el más pútrido de los humus el que mejor puede alimentar al
fuerte roble y hacerlo crecer vigoroso. La Escolástica conservó, protegidos y
ocultos, algunos de aquellos textos mediante copias de superlativa ejecución:
los códices iluminados, que devolverían al mundo, llegado el momento, una parte
de su sabiduría perdida. Entre los libros que se creyeron desaparecidos se
hallaba uno muy extraño y enigmático, que contenía en sus últimas páginas un
fragmento de escritura diferente a ninguna de las conocidas. Un libro del
filósofo griego Platón, olvidado en el devenir de los siglos…
Barcelona.
1666
Lo
que empezó siendo una fina columna de humo negro, que ascendía en el cielo
nocturno, acabó convirtiéndose en un incendio pavoroso. Era casi verano, un día
especialmente cálido de finales de primavera. Las piedras de los muros
exteriores del convento de Santa María aún estaban calientes por el sol cuando
se desató el fuego. Ahora, en la límpida noche cuajada de estrellas, con la
luna alta y esplendorosa sobre el horizonte, unas terribles llamas ascendían
ferozmente y se deshacían en el aire como el abrasador aliento de un dragón,
tiñendo el disco lunar de un mortecino color pardo. Afuera, centenares de
hombres y mujeres presenciaban aterrados el espectáculo. La mayoría de los
monjes habían logrado escapar de aquel infierno y asistían también, impotentes,
a la destrucción de su casa. Cuando por fin llegaron los soldados del rey, poco
podía ya hacerse con simples cubos de agua traídos de una cercana fuente. Todos
estaban absortos, embobados, contemplando la destrucción. De pronto, sin
embargo, unos lamentos llamaron la atención de los presentes. Al principio
sonaron lejanos y ensordecidos, pero cada vez pudieron oírse con mayor claridad
sobre el fragor del incendio, sobre el crujir de las maderas interiores y la
explosión de los cristales de las ventanas.
Súbitamente,
la puerta metálica de uno de los miradores enrejados de la fachada principal se
abrió. Una bocanada de denso humo fue lanzada al exterior y, apareciendo en
ella como una imagen espectral salida del infierno, la figura de un viejo
fraile se dibujó como una sombra oscura ante las llamas que pugnaban por
devorar el edificio. Todos los presentes se conmovieron, horrorizados, y
algunos incluso retrocedieron un paso creyendo estar ante una aparición. Dios
del cielo!, vociferó una mujerzuela desde el balcón de una casa de lenocinio
cercana. El anciano monje, ataviado con el hábito negro, usual en la orden de
San Benito, se apretó contra las rejas que lo separaban de la vida. Confesión,
confesión!,gritó. El primero en reaccionar fue el capitán de los soldados, que
ordenó pasar una cadena por detrás de los barrotes y atarla al tiro de uno de
sus caballos. Tuvo que repetir la orden, encolerizado ante la estupefacción de
los hombres. El fraile, entretanto, ajeno a los esfuerzos por salvarlo, se
había arrodillado y oraba fervientemente, con un rosario entre sus manos.
Algunos afuera lo imitaban, persignándose y rezando de hinojos» In José
María Iñigo, El códice secreto de
Platón, 2014, La Esfera de los Livros, Madrid, 2014, ISBN 978-849-060-011-5.
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