El Rey Sancho III
Sierra
de Leyre. Novembro de 1027
«Frente
a ellos la lechuza giró sus ojos rasgados. Eneca dio un par de pasos hacia
ella, extendió su brazo derecho y lo colocó a escasos palmos del ave, que
pestañeó antes de agitar sus enormes alas. Eneca no se movió y la lechuza se
posó sobre su muñeca. Dime, dónde están mis padres? La lechuza no se giró. Tú
lo sabes, espíritu del bosque, adónde debo ir? La lechuza extendió de nuevo las
alas y voló a unos pasos de distancia, mientras el resplandor de los primeros
reflejos dorados del nuevo día asomaba por entre las montañas. El ave se elevó
y voló hacia la salida del astro. Artal! Nos vamos.
La muchacha siguió
el aleteo de la lechuza, mientras la claridad del día comenzaba a inundar el
bosque, hasta que la perdió de vista. Miró a su alrededor. Se hallaba en un
claro, en la ladera hacia un valle. Olfateó un olor que llamó su atención,
parecía un fuego. Algo estaba quemándose cerca. Artal también se percató y
siguió el rastro. Se detuvo y observó a Eneca, esperando. La niña buscó de
nuevo a la lechuza, pero esta había desaparecido, así que caminó hacia su
perro, que reanudó su marcha, avanzando por los matorrales. Eneca apenas podía
seguirle entre la vegetación y estaba a punto de detenerse, cuando llegó a un
lugar resguardado excavado en la roca. Una humareda blanca nacía de una fogata
a sus pies. Ella se acercó precavida. No había nadie, pero sobre el fuego había
una cazuela de barro.
Quién eres tú?, la
asustó una voz a su espalda. La niña se volvió y halló frente a ella el rostro
de una mujer con la piel más oscura que nunca habían visto sus ojos. Su mirada
y su cabelo también vestían de penumbra, e incluso sus ropas tenían el color de
la noche. Me llamo Eneca. Y qué hace una pequeña como tú sola en el bosque? No
estoy sola, replicó la niña, tengo a mi perro y pronto mi madre vendrá a
buscarme. Un magnífico mastín, y de dónde vienes? De Xabier, mi padre es el
tenente del castillo. Nos atacaron y… logramos huir.
Interesante, y
quién atacó Xabier? El demonio de ojos de sangre. La mujer se estremeció al oír
aquellas palabras y escrutó de nuevo a la niña, esta vez con más énfasis y
desconfianza. Tienes hambre? Estás hecha un saco de huesos. Siéntate ahí y comeremos
algo caliente. Eneca obedeció y la mujer le sirvió una sopa con tropezones de
una carne cuya procedencia animal era difícil de adivinar, y también alimentó
al perro.
Una niña como tú no
debe deambular sola, los hombres son unos animales y se dejan llevar por sus
peores instintos. Es mejor que permanezcas conmigo. Tengo que encontrar a mis
padres! Dime, los has visto en tus sueños? No, a ellos no. Bien, asintió, al
tiempo que se llevaba una hierba a la boca que comenzó a masticar. Yo necesito
ayuda, quédate aquí, al menos un tiempo. Hay cosas que debes aprender antes de
seguir tu camino. Todo sucede por alguna razón, absolutamente todo. El destino
nos guía a través de la vida, de esta y de las otras. Qué otras?
Vaya, vaya. Veo que
tienes mucho que aprender, voy a salir al bosque. Acompáñame, por favor. Así lo hizo Eneca, pensando que le mostraría
algo en particular, pero sólo caminaron hasta un saliente pedregoso y
permanecieron allí hasta que se puso el sol. Después, la mujer la llevó hasta
el interior del refugio y la acomodó en una cavidad con el suelo de paja. Artal
dormiría a su lado». In Luis Zueco, El Castillo, O Castelo, 2015,
Titivillus, Alma dos Livros, 2020, ISBN 978-989-899-914-0.
DACT, Luis Zueco, Idade Média, Século XI, Espanha, Literatura, História,