sexta-feira, 4 de outubro de 2013

Viagens e Viajantes no Atlântico Quinhentista. Maria Graça Ventura. «La riada de metales preciosos que inundó Europa aceleró aún más el desarrolo del capitalismo, pero, además, curiosamente, fue una baza fundamental para impulsar el comercio con Oriente y adquirir sus ansiadas maravillas»

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As Rotas. La Carrera de Indias: Inconvenientes y Ventajas del Sistema Español de Comunicaciones Transatlánticas
«(…) Una única desventaja, pero importante, presentaba la elección de Sevilla como centro de la navegación a las Indias: la imposibilidad que tenían las embarcaciones de gran tonelaje para remontar completamente el curso del Gudalquivir hasta la ciudad. Por ello, los voluminosos galeones de guerra y las embarcaciones mercantes de un tamaño superior al normal se quedaban a medio camino, en el fondeadero fluvial de las Horcadas, o, simplemente, En Sanlúcar de Barrameda, en la misma desembocadura del rio, o en algunos de los fondeaderos de la bahía de Cadiz. Los problemas de navegabilidad del Gudalquivir se incrementaron com el paso de los años; el tonelaje medio de las embarcaciones no dejó de crecer y, al mismo tiempo, el intenso tráfico propició numerosos accidentes que dejaron el cauce sembrado de barcos hundidos, los cuales se convertían, a su vez, en nuevos escollos para el resto de los navíos. Por ello, la ciudad de Cádiz, que a fines del siglo XV apenas contaba con dos mil habitantes, fue creciendo rapidísimamente gracias a que cada vez se desviaban más barcos hacia su puerto, el cual, a comienzos del siglo XVIII, desplazó oficialmente el de Sevilla como cabecera de las las rutas trasatlánticas españolas.
La siguiente interrogante que debe plantearse es la referida a aclarar las razones que llevaron a la Corona española a elegir un sistema comercial centrado fundamentalmente en el envio de un número limitado de convoyes anuales protegidos por una escolta de buques de guerra. Debe tenerse en cuenta que la Carrera de Indias constituía, al mismo tiempo, una ruta imperial, una via de emigración y un circuito comercial. Los barcos que salían de Sevilla o de Cádiz, llevaban en su interior a los gobernadores que debían regir las posesiones ultramarinas; los soldados y los cañones de las embarcaciones tenían como misión marcar el poder de la Corona frente a los enemigos exteriores, mientras que los cajones con cartas y órdenes firmadas por el monarca debían imponer la autoridad interna en un imperio tan burocratizado como fue el español.
Al mismo tiempo, los buques de la Carrera de Indias, transportaron a lo largo del siglo XVI una media de dos mil emigrantes anuales, cifra que se superó en la primera mitad del siglo XVII y, aunque no existen datos fiables, también en buena parte del siglo XVIII. Con todo, la mayor parte del espacio de los barcos se utilizaba como almacen movil de mercancías en un tráfico comercial muy intenso. La expansión marítima europea de fines de la Edad Media se había realizado buscando las riquezas del Lejano Oriente. Ese fue el objetivo de Colón, que, finalmente, alcanzaron Magallanes y Elcano para la Corona Española. Sin embargo, la ruta portuguesa a lo largo de la costa de Africa se reveló más sólida y efectiva, y los españoles abandonaron la explotación directa del comercio oriental, manteniendo solo el enclave de Filipinas. Como contrapartida adquirieron el dominio de amplias regiones americanas donde se descubrieron ricas minas de oro y, sobre todo, de plata.
El transporte de los metales preciosos fue el principal objetivo económico de las flotas que partían de Sevilla. Esa plata se desparramaba luego por toda Europa cuando los comerciantes españoles tenían que pagar las mercancías compradas en el exterior, o cuando los monarcas hispanos hacían frente a sus deudas con los banqueros europeos. La riada de metales preciosos que inundó Europa aceleró aún más el desarrolo del capitalismo, pero, además, curiosamente, fue una baza fundamental para impulsar el comercio con Oriente y adquirir sus ansiadas maravillas. A los chinos sólo les interesaban los metales preciosos, pues las producciones de la industria europea eran, en general, demasiado toscas todavía para competir con una tierra que disponía de los más hábiles artesanos del planeta. Así pues, el sueño de Colón de lograr arrancar las riquezas del Oriente se cumplió de forma paradójica, pues una buena parte de las sedas, las porcelanas y las especias obtenidas por los europeos fueron pagadas con plata americana. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII una parte amplisimamente mayoritaria del valor de las exportaciones americanas fueron metales preciosos. Tan solo el azúcar, los cueros y algunos colorantes para la industria europea compartieron las bodegas de los barcos junto con la plata y el oro. Más tarde, la costumbre de los elegantes europeos de fumar y tomar chocolate, colocó estos productos en un lugar destacado, pero siempre muy lejano del valor alcanzado por los envios de metales. Por todo ello, las rutas españolas se diseñaron para permitir el más rápido y eficaz contacto entre Sevilla o Cádiz y aquellas regiones que exportaban plata y oro, dejando en un segundo plano a todas las demás.
En el viaje de ida desde Sevilla, los buques iban a plena carga. Había que vender a los colonos asentados en América muchos productos para intercambiarlos por la plata que ellos habían obtenido de las minas utilizando la mano de obra indígena. De resultas de este trueque procedían los dos tercios de la plata que llegaba a Sevilla en el siglo XVI. El resto pertenecía a los impuestos cobrados por el rey y que eran enviados por los gobernadores americanos a la metrópoli». In Pablo Emílio Perez-Mallaina, Viagens e Viajantes no Atlântico Quinhentista, coordenação de Maria da Graça Ventura, Edições Colibri, Faculdade de Letras de Lisboa, Lisboa, 1996, ISBN 972-8288-21-2.

Cortesia de Colibri/JDACT