«Por razones obvias habré sido el
primero en descubrir que este libro no solamente no parece lo que quiere sino
que con frecuencia parece lo que no quiere, y así los propugnadores de la
realidad en la literatura lo van a encontrar más bien fantástico mientras que
los encaramados en la literatura de ficción deplorarán su deliberado
contubernio con la historia de nuestros días. No cabe duda de que las cosas que
pasan aquí no pueden pasar de manera tan inverosímil, a la vez que los puros
elementos de la imaginación se ven derogados por frecuentes remisiones a lo
cotidiano y concreto. Personalmente no lamento esta heterogeneidad que por
suerte ha dejado de parecerme tal después de un largo proceso de convergencia;
si durante años he escrito textos vinculados con problemas latinoamericanos, a
la vez que novelas y relatos en que esos problemas estaban ausentes o sólo
asomaban tangencialmente, hoy y aquí las aguas se han juntado, pero su
conciliación no ha tenido nada de fácil, como acaso lo muestre el confuso y
atormentado itinerario de algún personaje. Ese hombre sueña algo que yo soñé
tal cual en los días en que empezaba a escribir y, como tantas veces en mi
incomprensible oficio de escritor, sólo mucho después me di cuenta de que el
sueño era también parte del libro y que contenía la clave de esa convergencia
de actividades hasta entonces disímiles. Por cosas así no sorprenderá la frecuente
incorporación de noticias de la prensa, leídas a medida que el libro se iba haciendo:
coincidencias y analogías estimulantes me llevaron desde el principio a aceptar
una regla del juego harto simple, la de hacer participar a los personajes en
esa lectura cotidiana de diarios latinoamericanos y franceses. Ingenuamente
esperé que esa participación incidiera más abiertamente en las conductas;
después fui viendo que el relato como tal no siempre aceptaba de lleno esas
irrupciones aleatorias, que merecerían una experimentación más feliz que la mía.
En todo caso no escogí los materiales exteriores, sino que las noticias del
lunes o del jueves que entraban en los intereses momentáneos de los personajes
fueron incorporadas en el curso de mi trabajo del lunes o del jueves; algunas informaciones
quedaron deliberadamente reservadas para la parte final, excepción que hizo más
tolerable la regla. Los libros deben defenderse por su cuenta, y éste lo hace
como gato panza arriba cada vez que puede; sólo he de agregar que su tono
general, que va en contra de una cierta concepción de cómo deben tratarse estos
temas, dista tanto de la frivolidad como del humor gratuito. Más que nunca creo
que la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror
cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando preciosamente,
celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese futuro, con
todo lo que supone de amor, de juego y de alegría. La difundida imagen de la
muchacha norteamericana que ofrece una rosa a los soldados con las
bayonetas caladas sigue siendo una demostración de lo que va del enemigo a
nosotros; pero que nadie entienda o finja entender aquí que esa rosa es un
platónico signo de no violencia, de ingenua esperanza; hay rosas blindadas,
como las vio el poeta, hay rosas de cobre, como las inventó Roberto Arlt. Lo
que cuenta, lo que yo he tratado de contar, es el signo afirmativo frente a la
escalada del desprecio y del espanto, y esa afirmación tiene que ser lo más
solar, lo más vital del hombre: su sed erótica y lúdica, su liberación de los
tabúes, su reclamo de una dignidad compartida en una tierra ya libre de este
horizonte diario de colmillos y de dólares.
Una última observación: entiendo
que los derechos de autor que resulten de un libro como éste deberían ayudar a
la realización de esas esperanzas, y mucho me hubiera gustado poder dárselos a
Oscar para evitarle tantas complicaciones, contéiners de doble fondo, pingüinos
y otras extravagancias parecidas; desgraciadamente el libro no estaba todavía
escrito, pero ahora que ya anda por ahí podré encontrar el mejor empleo de esas
regalías que no quiero para mí; cuando llegue el momento daré los detalles,
aunque no sea ante escribano público. Postdata
(7 de setiembre de 1972). Agrego estas líneas mientras corrijo las
pruebas de galera y escucho los boletines radiales sobre lo sucedido en los
juegos olímpicos. Empiezan a llegar los diarios con enormes titulares, oigo
discursos donde los amos de la tierra se permiten sus lágrimas de cocodrilo más
eficaces al deplorar la violación de
la paz olímpica en estos días en que los pueblos olvidan sus querellas y sus
diferencias. Olvidan? Quién olvida? Una vez más entra
en juego el masaje a escala mundial de los mass media. No se oye,
no se lee más que Munich, Munich. No hay lugar en sus canales, en sus columnas,
en sus mensajes, para decir, entre tantas otras cosas, Trelew. Por lo demás era
como si el que te dije hubiera tenido la intención de narrar algunas cosas,
puesto que había guardado una considerable cantidad de fichas y papelitos, esperando
al parecer que terminaran por aglutinarse sin demasiada pérdida. Esperó más de lo
prudente, por lo visto, y ahora a Andrés le tocaba saberlo y lamentarlo, pero
aparte de esse error lo que más parecía haber detenido al que te dije era la
heterogeneidad de las perspectivas en que habían sucedido las tales cosas, sin
hablar de un deseo más bien absurdo y en todo caso nada funcional de no
inmiscuirse demasiado en ellas. Esta neutralidad lo había llevado desde un
principio a ponerse como de perfil, operación sempre riesgosa en materia
narrativa, y no digamos histórica, que es lo mismo, máxime cuando el que te
dije no era ni sonso ni modesto, pero algo poco explicable parecía haberle
exigido una posición sobre la cual nunca estuvo dispuesto a dar detalles. En
cambio, aunque no fuera fácil, había preferido proporcionar de entrada diversos
datos que permitieran meterse desde ángulos variados en la breve pero
tumultuosa historia de la Joda y en gentes como Marcos, Patricio, Ludmilla o yo
(a quien el que te dije llamaba Andrés sin faltar a la verdad), esperando tal
vez que esa información fragmentaria iluminara algún día la cocina interna de
la Joda. Todo eso, claro, si tanta ficha y tanto papelito acababan por
ordenarse inteligiblemente, cosa que en realidad no ocurrió del todo por
razones que en alguna medida se deducían de los mismos documentos». In Júlio
Cortázar, El Libro de Manuel, 1973,Editorial Alfaguara, Castellano, Biblioteca
Cortázar, Narrativa hispano-americana, ISBN 978-950-511-209-8.