Pamplona. 22 de Novembro do ano de 1027
«(…) Aquella desgraciada muerte
hizo olvidar a su padre sus planes para hacerle religioso y tan pronto como
pudo le puso una espada entre las manos. Cuál fue su sorpresa, al comprobar que
él ya sabía blandirla como un caballero. En el salón real, engalanado con todo
lujo, buscó dónde sentarse entre aquel enjambre de conspiraciones veladas y
tediosas conversaciones. No todos los presentes eran tan poco interesantes,
pues también había damas de la más alta alcurnia. Lope de Ferrech puso atención
en una joven que vestía con un brial entallado, con bordados florales y
aberturas laterales encordadas. Ella le miró com disimulo y le regaló una
discreta sonrisa. Por desgracia, se acercó un Caballero envuelto en una larga
capa azulada y la cogió por el brazo. Así que dirigió su mirada hacia otra
mujer. Esta portaba un brial de anchas mangas, con bordados geométricos en las
bocamangas y un collarín con cenefas cerrando el cuello. A pesar de sus intentos
por llamar su atención, ella no daba la impresión de mostrar el más mínimo interés.
Decidió no tentar a la suerte y
alejarse de aquellos provocativos ojos, y se encauzó hacia el extremo menos
concurrido. En él halló a una discreta corte que rodeaba a un fornido
personaje, del cual no era capaz de divisar su rostro. Sus acompañantes le
miraron con desconfianza, pero ya estaba cansado de deambular por aquel salón.
Así que buscó una copa de vino y tomó posición a su lado, de manera que
aquellas miradas resbalaron por su espalda. Mientras daba un sorbo a la bebida
el grupo se desplazó hacia el centro de la sala. Pero no todos, uno se situó a
su derecha y tomó otra copa. Al volverse para comprobar de quién se trataba, no
pudo ocultar su sorpresa al ver a Ramiro, el hijo de mayor edad del rey, aunque
no el heredero, ya que no había sido dado a luz dentro del matrimonio, sino que
era fruto de un amorío del rey Sancho el Mayor antes de desposarse con la reina
Munia, hija del conde de Castilla.
Nunca había hablado con él, pero
su padre se había encargado de mostrarle, en los pocos actos que habían
coincidido con la familia real, quién era cada uno de los hijos de Sancho el
Mayor. Ramiro era todo un caballero, corpulento, de buena talla, moreno y con
unos ojos que rebosaban seguridad en sí mismo. Para Lope, ese era el mayor don
que podía tener un hombre. Había cualidades importantes como la valentía, la
destreza o hasta la inteligencia, pero ese brillo en los ojos era el más poderoso
de todos los dones que Dios podía otorgar a cualquier hombre. Señor, soy Lope
de Ferrech, dijo, tomando la iniciativa. Lo miró de arriba abajo antes de
responder. Mejor para vos. Quería presentaros mis respetos. Por qué a mí? Mis
hermanos son mucho más… Cómo diría? Provechosos para un don nadie como vos. Lope
de Ferrech sintió ese pinchazo que se produce siempre cuando te humillan, que
duele justo debajo del honor, entre las costillas, junto al lado del orgullo y
la sed de venganza, y que la única manera de sanar es cruzando espadas. Sin
embargo, ni el lugar ni el personaje eran propicios para ello. Mi señor, soy… Tranquilo,
se quién sois. Tan sólo bromeaba. Me conocéis? Soy hijo del rey Sancho, conozco
a todos los nobles del reino. Aquella respuesta sorprendió a Lope. Una vez hablé
con vuestro padre, el día en que el rey le concedió las tierras que poseéis en
Leyre. Un hombre valiente y leal, fue una lástima su muerte. Gracias, mi señor.
Una fiesta aburrida, verdad? Casi tediosa, me atrevería a sugerir. Para seros
sincero, no suelo acudir a muchas.
Qué suerte tenéis! Y el hijo del
rey sonrió. Sabéis por qué las fiestas son importantes? Quizá porque hay buena
comida. No en todas las ocasiones, creedme, respondió Ramiro con una amplia sonrisa.
Por la compañía? Dios! Por supuesto que no, mirad a vuestro alrededor. Perderíais
un instante de vuestra vida conversando con estos borregos?, afirmó para su
sorpresa. Sí, no me miréis así, todos ellos tan sólo buscan complacer a mi
padre, no les importa ni el reino, ni los musulmanes, ni Dios. Sólo ellos; su
lealtad es menos fiable que su capacidad para no decir sandeces en cuanto abren
su enorme bocaza». In Luis Zueco, El Castillo, 2015, Titivillus, In
Luis Zueco, O Castelo, 2015, Alma dos Livros, 2020, ISBN 978-989-899-914-0.
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JDACT, O Castelo, História, Século XI, Idade Média,