Prólogo
«(…) Los señores inquisidores
siempre me preguntaban lo mismo: si había apostatado, qué ceremonias había
practicado de la secta mahomética, qué sabía acerca de Mahoma, de sus prédicas,
del Corán; si había guardado los ayunos del Ramadán… Y todo esto haciéndome
pasar una y otra vez por el suplicio del potro. Como no viera yo salida a tan
terrible trance, encomiéndeme a la Virgen de Guadalupe con muchas lágrimas y dolor
de corazón. Señora, rezaba, ved en el fondo de mi alma. Compadeceos de mí, mísero
pecador! Haced un milagro, Señora! Sufría por los castigos y prisiones, pero
también me atormentaba la idea de que se perdería la oportunidad de que mis
informaciones llegaran a oídos del Rey Católico para que acudiera a tiempo a
socorrer Malta. En esto, debió de escuchar mi súplica la Madre de Dios, porque
un confesor del hábito de San Francisco me creyó al fin y mandó recado al
virrey. Acudió presto el noble señor que ostentaba este importante cargo y, por
ser versado en asuntos de espías, adivinó enseguida que no mentía mi boca, así
como que mi alma guardaba un valiosísimo secreto.
El aviso que traía yo de
Constantinopla advertía de que en el mes de marzo saldría la armada turca para
conquistar Malta, bajo el mando del kapudán Piali Bajá, llevando a bordo seis
mil jenízaros, ocho mil spais
y municiones y bastimentos para asediar la isla durante medio año si fuera
preciso, uniéndoseles al sitio el beylerbey de Argel Sali Bajá y Dragut con sus
corsarios. Si se ganaba Malta, después caerían Sicilia, Italia y lo que les
viniera a la mano. Por tener conocimiento el Rey Católico de tan grave amenaza
gracias a esta nueva, pudo proveer con tiempo los aparatos de guerra necesarios.
Cursó mandato y bastimentos a los caballeros de San Juan de Jerusalén para que
se aprestaran a fortificar la isla y componer todas las defensas. También ordenó
que partiera la armada del mar con doscientas naves y más de quince mil hombres
del Tercio, a cuyo frente iba don Álvaro de Sande. Participé en la victoria que
nos otorgó Dios en aquella gloriosa jornada, y dejé bien altos los apellidos
que adornan mi nombre cristiano: tanto Monroy como Villalobos, que eran los de
mis señores padre y abuelo a los cuales seguí en esto de las armas.
Salvóse Malta para la cristiandad
y la feliz noticia corrió veloz. Llegó pronto a oídos del Papa de Roma, que
llamó a su presencia a los importantes generales y caballeros victoriosos, para
bendecirles por haber acudido valientemente en servicio y amparo de la santa fe
cristiana. Tuvieron a bien mis jefes hacerme la merced de llevarme con ellos,
como premio a las informaciones que traje desde Constantinopla y que valieron
el triunfo. Tomé camino pues de Roma, cabeza de la cristiandad, en los barcos
que mandó su excelencia el virrey para cumplir a la llamada de Su Santidad.
Llegamos a la más hermosa ciudad del mundo y emprendimos victorioso desfile por
sus calles, llevando delante las banderas, pendones y estandartes de nuestros
ejércitos. Tañía a misa mayor en la más grande catedral del orbe, cual es la de
San Pedro. Con el ruido de las campanas, el redoblar de los tambores y el
vitorear de la mucha gente que estaba concentrada, el alma se me puso en vilo y
me temblaban las piernas. Aunque de lejos, vi al papa Pío V sentado en su silla
con mucha majestad, luciendo sobre la testa las tres coronas. Habló palabras en
latín que fueron inaudibles desde la distancia e impartió sus bendiciones con
las indulgencias propias para la ocasión. Y después, entre otros muchos regalos
que hizo a los vencedores, Su Santidad dio a don Álvaro de Sande tres espinas
de la corona del Señor. Con estas gracias y muy holgados, estuvimos cuatro días
en Roma, pasados los cuales, nos embarcamos con rumbo a España, a Málaga, donde
el Rey nuestro señor nos hizo también recibimiento en persona y nos otorgó
grandes honores por la victoria». In Jesús Sánchez Adalid, El Caballero de
Alcántara, 2008, Epulibre, O Cavaleiro de Alcântara, 2008, 2021, HarperCollins
Ibérica, 2021, ISBN 978-849-139-511-9.
Cortesia de HCIbéica/JDACT
JDACT, Jesús Sánchez Adalid, Literatura, Espanha, Século XVI,