Prólogo
«(…) De esta suerte, trabé
amistad con hombres de doble vida que eran tenidos allí por mercaderes, pero
que servían en secreto a nuestro Rey Católico mandando avisos y teniendo al
corriente a las autoridades cristianas de cuanto tramaba el turco en perjuicio
de las Españas. Abundando en inteligencias con tales espías, les pareció a
ellos muy oportuno que yo me fingiera aficionado a la religión mahomética y me
hiciera tener por renegado de la fe en que fui bautizado. Y acepté, para sacar
el mejor provecho del cautiverio en favor de tan justa causa. Pero entiéndase
que me hice moro sólo en figura y apariencia, mas no en el fuero interno donde
conservé siempre la devoción a Nuestro Señor Jesucristo, a la Virgen María y a
todos los santos. Esta treta me salió tan bien, que mi dueño se holgó mucho al
tenerme por turco y me consideró desde entonces no ya como esclavo sino como a
hijo muy querido. Me dejé circuncidar y tomé las galas de ellos, así como sus
costumbres. Aprendí la lengua alárabe y perfeccioné mis conocimientos de la
cifra que usan para tañer el laúd que llaman saz. Pronto recitaba de memoria los credos mahométicos,
cumplía engañosamente con las obligaciones de los ismaelitas, no omitiendo
ninguna de las cinco oraciones que ellos hacen, así como tampoco las
abluciones, y dejé que trocaran mi nombre cristiano por el apodo sarraceno
Cheremet Alí. Con esta nueva identidad y teniendo muy conforme a todo el mundo
hice una vida cómoda, fácil, en un reino donde los cautivos pasan incontables
penas. Y tuve la oportunidad de obtener muy buenas informaciones que, como ya
contaré, sirvieron harto a la causa de la cristiandad.
No bien había transcurrido un
lustro de mi cautiverio, cuando cayó en desgracia mi amo Dromux Arráez, que era
visir de la corte del Gran Turco. Alguien de entre su gente le traicionó y sus
enemigos aprovecharon para sacarle los yerros ante la mirada del sultán. Fue
llevado a prisión, juzgado y condenado a la pena de la vida. Cercenada su cabeza
y clavada en una pica, sus bienes fueron confiscados y puestos en venta todos
sus siervos y haciendas. A mí me compró un importantísimo ministro de palacio,
que había tenido noticias de mis artes por ser muy amigo de cantores y poetas.
Era este magnate nada menos que el guardián de los sellos del Gran Turco, el nisanji, que dicen ellos, y servía
a las cosas del más alto gobierno del Gran Turco en la Sublime Puerta.
Cambié de casa, pero no de
oficios, pues seguí con mi condición de trovador, turco por fuera, y muy
cristiano por dentro, espiando lo que podía. Y ejercí este segundo menester con
el mayor de los tinos. Resultado que el primer secretario de mi nuevo amo era
también espía de la misma cofradía que yo. Aunque no supe esto hasta que Dios
no lo quiso. Pero, cuando fue Él servido dello, llegó a mis oídos la noticia de
que el Gran Turco tenía resuelto atacar Malta con toda su flota. Pusieron mucho
empeño los conjurados de la secreta hermandad para que corriera yo a dar el
aviso cuanto antes. Embárqueme aprisa y con sigilo en la galeaza de un tal Melquíades
de Pantoja y navegué sin sobresaltos hasta la isla de Quío. Ya atisbaba la
costa cristiana, feliz por mi suerte, cuando se cambiaron las tornas y se
pusieron mi vida y misión en gran peligro. Resultó que los griegos en cuyo navío
iba camino de Nápoles prestaron oído al demonio y me entregaron a las
autoridades venecianas que gobernaban aquellas aguas. Éstos me consideraron
traidor y renegado, poniéndome en manos de la justicia española en Sicilia; la
cual estimó que debía comparecer ante la Santa Inquisición (maldita), por haber
encontrado en mi poder documentos con el sello del Gran Turco. Repararon también
en que estaba yocircuncidado y ya no me otorgaron crédito.
Intenté una y otra vez darles
razones para convencerles de que era cristiano. No me atendían. Todo estaba en
mi contra. Me interrogaron y me sometieron a duros tormentos. Pero no podía
decirles toda la verdad acerca de mi historia, porque tenía jurado por la
sacrosanta Cruz del Señor no revelar a nadie que era espía, ni aun a los cristianos,
salvo al virrey de Nápoles en persona o al mismísimo rey». In Jesús Sánchez Adalid, El
Caballero de Alcántara, 2008, Epulibre, O Cavaleiro de Alcântara, 2008, 2021,
HarperCollins Ibérica, 2021, ISBN 978-849-139-511-9.
Cortesia de HCIbéica/JDACT
JDACT, Jesús Sánchez Adalid, Literatura, Espanha, Século XVI,