Lenguadoc. Século XIII
As Forças Políticas
«(…) En el Lenguadoc mandaban señores
también católicos, de linaje veterano en las cruzadas a Tierra Santa, amigos y
vasallos, emparentados con el rey catalán. Hacia el sur, había tierra cristiana en manos de infieles,
comunidades enteras que solicitaban con insistencia, según las peticiones
papales, que los príncipes cristianos las liberasen del Islam. Esta última
opción ponía espuelas al rey catalán, que junto con la coronación de manos del
mismo papa Inocencio III, el año 1204
había recibido en Roma el sobrenombre de Católico, el cual, aun a pesar de los
problemas posteriores, había de sobrevivirle en la Historia.
El otro reino situado fuera del Lenguadoc
era el del linaje de los Capetos de la Francia del norte. A ellos
también les atraían las tierras del Mediodía
y podían aducir, además, razones jurídicas, puesto que se consideraban
herederos legítimos de Carlomagno y de un modo difuso pensaban que los
señores del Midi, los sucesores de
la Marca Gótica, continuaban siendo feudatarios de los herederos del Imperio Carolingio. A despecho de
esta realidad que podríamos calificar de legal, a raíz del hundimiento del
Imperio el sentimiento de vasallaje de los señores del Lenguadoc se había
moderado, ya que, como en todas partes, el país había quedado disgregado en
infinitos señoríos y el feudo pasaba a ser servitud histórica, pura teoría que sólo salía a la superficie en los
momentos en que, a franceses o lenguadocianos, les interesaba sacar
algún partido de ella. Aunque el papel fuera mojado, siempre existía, con todo,
la posibilidad de presentarlo. Los Capetos tenían la mirada puesta en
esa tierra occitana que, por otra parte, les aseguraria el acceso al Mediterráneo
en unos momentos en que, bueno es recordarlo, estaba despertando el comercio y
los puertos de Montpellier y Narbona podían ser piezas claves de salida
para los productos que se mercadeaban en las ferias del norte.
El Lenguadoc tenía, pues,
señores propios pero también mantenían actitud alerta otros señores poderosos.
Nunca se llevó a cabo nada que, considerado en conjunto o en detalle, pudiera
parecer una guerra de conquista, franca y declarada, pero muchos de los pasos
que se efectuaron, antes y durante la Cruzada,
fueron suficientemente explícitos. Si no se había producido un enfrentamiento
abierto era a causa de las actividades bélicas en que estaban inmersas tanto Francia
como Cataluña, las cuales hacían que se pospusiera cualquier decisión de
intento de ocupación para un impreciso futuro, cuando se hubiera agotado la
lucha contra los moros, por parte de la Corona de Aragón, y para cuando Normandia
y Aquitania estuvieran ya incorporadas a Francia, por otra.
Quien dominaba el Lenguadoc
era la dinastía de los Ramón,
que, en el momento de la Cruzada,
estaba representada por Ramón VI. Parece ser que esta dinastía
raimundiana arrancaba de un conde carolingio de Limoges que Carlomagno
había instalado en Tolosa y que de administrador regional del Imperio
había pasado a señor feudal. Los Ramón de Tolosa irán adquiriendo
dominio sobre los otros señores del Lenguadoc, consolidando su linaje,
ampliando territorio y creciendo en prestigio y poder. Serán también católicos
de casta, detalle este que no es ocioso dejar sentado de entrada, dados los problemas
heréticos que aparecerán y que recaerán sobre la persona de Ramón VI
primero, y luego en su hijo. Para confirmar las raíces profundamente cristianas
de los Ramón, baste recordar que el primer príncipe que suscribió la idea de ir
a Tierra Santa fue precisamente Ramón IV, al que ya por entonces
llamaban el rey sin corona del Midi.
Es cierto: las palabras que
sirvieron de enseña a los participantes de las primeras cruzadas, aquellas de Dios
lo quiere, fueron pronunciadas por Adhemar de Montelh, obispo
de Le Puy y legado personal del conde de Tolosa. Ramón IV consecuente con
sus deseos, fue a Tierra Santa y ya no quiso volver a Tolosa. Dijo que
quería combatir hasta la muerte a los enemigos de Cristo y así lo
hizo: el 20 de Febrero de 1105,
Ramón de Saint-Gilles, conde de Tolosa, moría en Trípoli. Su primogénito,
Bertrán, abandonó también el condado para proseguir el combate contra los
infieles y tampoco regresó. Su hermano, Alfonso-Jordán, cuyo nombre no podría ser
más explícito, partirá más tarde hacia la Cruzada
y correrá la misma triste, o venturosa, suerte que sus parientes: morir con Tierra Santa a la vista.
Ramón V, el padre de Ramón VI, se
queda en su ciudad a causa de los ataques que recibe por todos los flancos. Se
pasa la vida defendiéndose de los ingleses, es decir, de los normandos señores
de Aquitania. Los catalanes, ya sea por vía propia o por medio de sus
vasallos Trencavel, Foix y Comminges, lo someten también a un constante
hostigamiento. Por si ello fuera poco, comienza a tener los primeros problemas
con unos heréticos llamados cátaros y se plantea formar causa común con
el rey de Francia y el Papado. Este útimo quebradero de cabeza se termina con
una flagelación pública de Peire
Mauran, cabeza de turco de la represión, que fue enviado a Tierra Santa
por un periodo de tres años. A su regreso a Tolosa,los ciudadanos de la
ciudad eligen cónsul a Mauran. Ramón
V nunca llegó a tomar conciencia
del alcance y la importancia del catarismo, que desbordaría más tarde a
su hijo». In Jesus Mestre Godes, Els Cátars, Problema religiós, pretext politic,
Cathari, Ediciones Península, 1997, ISBN 84-8507-710-8.
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