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Ya raies!
«La poderosa voz de Myriam Seco recorre de punta a punta
las ruinas del templo de Tutmosis III, que resurge lenta y majestuosamente bajo
la arena. El rais, el capataz de la excavación, Nagdi, levanta la cabeza y
responde desde las piedras de la capilla de Hathor. La mudira, la jefa, quiere
que dispongan una escalera en una de las tumbas de pozo halladas bajo el
pavimento. Vamos a bajar. ¡Oh, Dios! No puedo impedir tragar saliva. El cielo
de Egipto se extiende infinito sobre mi cabeza hasta chocar, diríase, como un
mar contra el farallón de la montaña sagrada perforada de tumbas y secretos.
Miro a lo alto a la familiar pirámide natural de la cima, El Qurn, y musito una
oración a la diosa cobra Meretseger, patrona del lugar (esperemos no encontrar
a ninguna de sus escamosas encarnaciones).
Ayer aún estaba en Barcelona, y esta mañana, sin apenas más transición que
un alucinado trayecto nocturno en coche en el que pasamos junto a un pobre
perro atropellado que aullaba como Anubis, ya estoy metido en el ajetreo de las
excavaciones en el margen oeste del Nilo, en plena necrópolis tebana (Lúxor).
El de Seco es uno de los grandes proyectos de la arqueología española:
desvelar, estudiar y recuperar el templo funerario de uno de los más grandes
faraones de la historia, para algunos, el mayor, Tutmosis III, el vencedor de
Meggido, el hombre que llevó a su cénit el imperio y trastatarabuelo de
Tutankamón. De momento no hallo la clave para comprender esta vorágine de fragmentos
cubiertos de tiempo y jeroglíficos. Me aferro a la libreta y al bolígrafo y
echándole oficio sigo a Myriam hacia la amenazante boca de la tumba. La
arqueóloga sevillana no para de suministrar información, y las épocas,
faraones, divinidades y materiales se me mezclan con el sudor, el polvo y el
miedo en una pasta que parece taponarme la garganta.
Bajamos por una escalera de mano de aspecto precario. Llegados al fondo,
Myriam señala una cámara lateral excavada en la roca. Ahí aparecieron restos
humanos y cerámica. Gente pobre, sin momificar, que reaprovechó el sepulcro,
construido antes de que se levantara el templo. A la arqueóloga le parece una
tumba “muy bonita”. No sabría qué decirles. Sale uno con un reconfortante
sentimiento de resurrección y vivificado, incluso audaz. Hasta que la directora
sugiere meternos en otra. Y esta es la pièce de résistance del
yacimiento, la número 8, un pozo tan profundo que da cosa hasta mirar. Está aún
en excavación: a casi nueve metros de profundidad todavía no han encontrado la
cámara sepulcral. En la boca de la tumba se ha instalado una estructura digna
de una película de Indiana Jones de la que pende una polea y una cuerda. Cuando
me asomo, aferrado a la túnica de un trabajador, sube un capazo lleno de tierra
fresca. No alcanzo a atisbar el fondo. Con una agilidad envidiable, Myriam se
agarra a la escalera y desaparece en las profundidades. Sigo a la mudira
encomendándome a Osiris. No sé dónde acaba el temblor de la escalera y empieza
el mío. De repente ya estoy en el fondo. Al acostumbrarme a la penumbra
distingo a dos egipcios vestidos con galabiyas y turbantes. Myriam me señala
unas precarias vigas en las paredes y resalta el trabajo de ingeniería que se
ha hecho, dice, para que la tumba ¡no se hunda! Para conjurar mi espanto trato
de entrevistar a los dos obreros. Dicen que preferirían trabajar fuera.
La directora cree que esta tumba podría estar inviolada. “Me da buena impresión,
llevamos un mes cavando y aún no hay indicios de la cámara, a lo mejor nos das
suerte y aparece hoy”. El dintel surgirá un metro más abajo, al día siguiente.
“Me encanta este yacimiento, es como tener dos concesiones, el templo del
Imperio Nuevo arriba y las tumbas del Segundo Periodo Intermedio debajo”, dice
la arqueóloga. “¡Me gustan mucho las tumbas!”, exclama. Llevan nueve, de
pasillo y de pozo, una de ellas apareció con la cámara funeraria sellada. Han
encontrado huesos humanos y fragmentos de ataúdes. Le comento que es como una
enfermedad lo de las tumbas, también le gustan –¡y me ha hecho meterme en
ellas!– al madrileño José Manuel Galán, el director de las excavaciones en las
de Djehuty y Hery. Galán y Seco han accedido por propio derecho a la crème de
la arqueología mundial. Excavan en la necrópolis tebana, lo más en el universo
de la egiptología. Baste con decir que Myriam tiene a su derecha (mirando al
Nilo) el Ramesseum; a la izquierda, la entrada a Deir el Bahari, y detrás,
pasando las tumbas de los nobles en Abd el Qurna, al otro lado de la montaña,
el Valle de los Reyes. La campaña de este año, con 130 obreros egipcios y un
equipo científico de una treintena de miembros, la mayoría españoles, se
desarrolla desde el 15 de septiembre hasta el 18 de diciembre». In Jacinto
Antón, La gloria de Tutmosis III, El País
Semanal, Cultura, 2012, Dezembro.
la tumba más profunda excavada hasta ahora en el templo
de Tutmosis III.
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