«(…) Son los mismos que
añoran el espíritu cruzado y
el sentimiento yihadista, los que desde un bando, el
occidentalista, no denuncian la injusta situación en Palestina, el terrorismo
de Estado que practican algunas autoridades israelíes o la salvaje explotación de
los recursos de los países árabes por ciertas multinacionales, y los que, desde
el otro, el islamista, no arremeten contra el sangriento terrorismo que
pretende justificarse por el islam, ni luchan por acabar con los gobiernos
corruptos, dictatoriales y criminales de muchos países musulmanes. Estas dos
posturas, enfrentadas pero con postulados fundamentalistas similares, son en
buena medida la consecuencia de siglos de desconocimiento, intransigencia y rechazo
mutuo entre Occidente y el islam, fiel reflejo de una situación que con otros parámetros
históricos ya se dio en el tiempo de las Cruzadas, y que parecen heredadas de
esa época. Hace tiempo que el Temple
es historia, pero una idea similar a la que motivó su creación no deja de
aparecer una y otra vez sobre la conciencia del mundo. Y es probable que no
desparezca por completo mientras siga existiendo la causa que la originó: la
obsesión de algunos seres humanos por imponer sus creencias religiosas y sus
ideales políticos y sociales a la fuerza. Existen muchas historias del Temple, pero ésta
analiza esa orden militar a partir de la comprensión de la situación del
presente; entendiendo que la historia es cosa más de hoy que de ayer, y sobre
todo de mañana.
En el origen de las Cruzadas (1095-1119). El despertar de Europa
A la caída del Imperio
romano a fines del siglo V, la Europa meridional y el mundo mediterráneo se
descompusieron en numerosos Estados que fueron gobernados por las castas
militares dirigentes de los invasores germánicos. Del viejo Imperio sólo quedó
la mitad oriental, el llamado Imperio bizantino, que con diversas y variables
fronteras subsistió hasta 1453. A lo
largo de la segunda mitad del siglo VII una nueva fuerza no prevista hasta
entonces hizo una fulgurante aparición en el escenario del Oriente Próximo y
del norte de África. Se trataba del islam, que construyó un gran imperio desde
la India hasta los Pirineos en apenas un siglo. La Europa occidental de la Alta
Edad Media, fruto de la mezcla desigual y heterogénea de los restos de la
cultura romana, las aportaciones germánicas y la religión cristiana, fue
acosada entre los siglos VII y X por amenazas considerables. Por el sur, el
islam avanzó hasta el mismo corazón de Europa; los musulmanes conquistaron casi
toda la península Ibérica, buena parte del sur de Francia, la mayoría de las
islas del Mediterráneo occidental y asentaron algunas bases estratégicas en el
sur de Italia y en la costa mediterránea francesa. Algunas razias llevaron a
los jinetes musulmanes hasta los valles alpinos. Pero el avance, hasta entonces
incontenible, se frenó a mediados del siglo VII (?) a causa sobre todo de los
enfrentamientos internos entre diversas facciones religiosas y políticas, que
provocaron el cisma y la desmembración en el que durante un siglo había sido un
imperio unificado y pujante.
A la amenaza musulmana por el sur, se sumaron por el norte y el oeste
las invasiones de los llamados pueblos
del norte, los temidos vikingos o normandos. Estos germanos
del norte asolaron entre fines del siglo VII y fines del X las costas
atlánticas europeas y las islas y las regiones meridionales del mar Báltico. En
su afán explorador en busca de botín, penetraron en el Mediterráneo, llegaron a
crear un reino en Sicilia y comerciaron con los pueblos eslavos de Rusia
instalando factorías comerciales a lo largo de los cursos de los grandes ríos
de Europa oriental. Tan temidos, o más incluso, que los musulmanes, los
normandos fundaron importantes principados, como el ducado de Normandía,
en el noroeste de Francia, o el Danelaw, en el norte de Inglaterra. Por
fin, a principios del siglo X, en plena descomposición del Imperio carolíngio, el único intento de reconstrucción
europea, pero que sólo fructificó entre los años 778 y 843, hicieron su aparición los
magiares o húngaros, un pueblo procedente de la profundidad de las estepas
euroasiáticas que asoló las regiones orientales de la cristiandad hasta que en
el año 951 fue detenido por el
emperador Otón I en la batalla de Lechfeld. Así, tras las
invasiones germánicas que certificaron la agonía y muerte del Imperio romano de
Occidente en el año 476, Europa
atravesó una largo período de cinco siglos en los que, a pesar de esfuerzos
efímeros (como el realizado por el emperador Carlomagno), se vio
amenazada desde todos los flancos y en todas las regiones por enemigos poderosísimos,
algunos de ellos paganos, como los normandos y los magiares, o los seguidores
de otras religiones con ansias universales, como los musulmanes. Acosada desde
todos los flancos, la civilización surgida en Europa occidental tras la caída
de Roma parecía abocada a su fin; pero, contra todo pronóstico, sobrevivió». In José
Luis Corral, Breve Historia de la Ordem del Temple, Edhasa, Ensayo Editora, 2006,
ISBN 978-84-350-2684-0.
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