As Rotas
La Carrera de Indias: Inconvenientes y Ventajas del Sistema Español de
Comunicaciones Transatlánticas
«(…) Los colonos eruropeos asentados en América apreciaban
especialmente las ropas de calidad. Con ellas pretendían equipararse en
presencia a los nobles del Viejo Mundo y distinguirse todavía más de las masas
indígenas. Como otros muchos nuevos ricos los colonos amaban el lujo y, por
ello, las bodegas de los barcos transportaban como carga principal telas finas que
alcanzaban en América precios elevadísimos. Los vinos y el aceite andaluces
eran también muy apreciados en América, pues, como la mayoría de las colonias españolas
se situaban en zonas tropicales, su agricultura no era capaz de producirlos.
Los colonos pagaban materialmente a precio de oro estos alimentoes que, a
través del paladar, les hacían añorar sus tierras de origen. Finalmente, se enviaban
dos metales muy importantes que escaseaban en América: hierro (en planchas,
clavazón o herramientas) y mercurio, que se empleaba en la industria minera
para favorecer la extracción de plata por el sistema de amalgama. En general,
puede decirse que sólo productos que alcanzaban altísimos precios en los
mercados de ambos continentes tenían la posibilidad de ser objeto de comercio
en la Carrera de Indias. La larga duración de los viajes, el gran número
de tripulantes, los intereses de los préstamos y las cuotas de los seguros
convertían los costos del transporte en sumas muy elevadas, que solo permitían
el tráfico rentable de algunas pocas y preciosas mercancías.
Toda la estrategia que presidió la orgunizaciónde la Carrera de Indias estuvo
destinada a combatir a dos enemigos igualmente temibles: los corsarios y los contrabandistas. Los primeros eran la
punta de lanza con la que otras potencias europeas pretendían disputar a la
monarquía hispana sus pretendidos derechos a la exclusividad en los mares y
tierras del Nuevo Mundo. Los segundos fueron inicial y fundamentalmente súbditos
españoles dispuestos a escamotear las riquezas americanas a los funcionarios
que debían cobrar los impuestos. Para combatir a ambos la Corona estableció un
sistema que concentraba en pocos puntos el tráfico mercantil, permitiéndo
defenderse mejor contra los enemigos y vigilar de manera más fácil a los
posibles defraudadores. En general puede decirse que solo los súbditos españoles
estaban capacitados para comerciar y navegar a las Indias, aunque durante el reinado
del emperador Carlos V, el resto de los vasallos del vasto imperio tuvieron
bastantes facilidades para conseguir excepciones a esta regla. Las mercancías no
tenían por qué ser producidas en España, pero si debían pertenecer a un
comerciante español y haber sido importadas legalmente, lo que significaba que
debían pagar impuestos a la entrada de España, a la salida hacia las Indias y a
la entrada en el continente americano. En suma, la Corona española no hizo sino
practicar la teoría económica más en boga en el momento: el mercantilismo,
tendente a defender la industria nacional mediante el monopolio y las
restricciones, y a enriquecer las arcas del Estado desviando hacia el país la
mayor cantidad posible de metales preciosos.
Como es natural, las restantes potencias europeas lanzaron duros ataques
contra este sistema porque las privaba de los tesoros del Nuevo Mundo. No se
trataba de una pugna a nivel de teoria económica, sino una simple diputa de
intereses, lo cual quedó demostrado cuando, tras la der rota política y militar
española, se vio como los antiguos detractores del sistema de monopolio
hispánico, practicaban un tipo de economía colonial tan excluyente para los
demás paises como lo había sido el español. Para facilitar la protección de las
rutas marítimo-mercantiles, asi como el cobro de los impuestos, la Corona
decidió concentrar la defensa en aquellas tierras que fueran capaces de
producir el metal estrategico por excelencia: la plata. Como por una
aparente paradoja del destino las regiones productoras de la mayor cantidad de
metales preciosos (México, Colombia y Peú) coincidían con las áreas más
densamente pobladas en la época prehispánica, la decisión parecía doblemente
lógica. Los estrategas españoles consideraban que el resto de las regiones no
era necesario defenderlas con la misma intensidad, pues, al no hallarse en
ellas productos que fuera rentable exportar a Europa, los resultados económicos
de las expediciones atacantes no compensarían los enormes gastos realizados
para organizarlas. Al igual que los ejercitos rusos han confiado en el general inviemo para derrotar a
los posibles invasores, los colonos españoles y los estrategas de la metrópoli
confiaban en la desinformación que los extranjeros tenían sobre la situación
americana y esperaban tener a su lado al general
distancia y al general
desconocimiento. En pocas palabras: la dura y desconocida realidad
geográfica del Nuevo Mundo, junto con la falta de incentivos económicos, se
encargaría de descorazonar a muchos de los posibles invasores.
Por todo ello, la defensa se concentró en unos pocos puertos, que fueron
los únicos habilitados de manera permanente para el comercio trasatlántico. En
España fue Sevilla, tal y como hemos visto. En América, Veracruz se
constituyó en la puerta de entrada de todo el subcontinente norte, mientras que
Cartagena de Indias lo era de toda Suramérica. En el viaje de
vuelta, tanto los buques procedentes de Veracruz como los de Cartagena de
Indias se reavituallaban en la Habana, antes de iniciar el definitivo salto del
océano. La navegación directa desde España al resto de los puertos americanos
no estaba totalmente prohibida, pero se veía mediatizada por la consecución de
permisos especiales difíciles de obtener». In Pablo Emílio Perez-Mallaina, Viagens e
Viajantes no Atlântico Quinhentista, coordenação de Maria da Graça Ventura,
Edições Colibri, Faculdade de Letras de Lisboa, Lisboa, 1996, ISBN
972-8288-21-2.
Cortesia de Colibri/JDACT