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e wikipedia
«Clarín nos narra la
historia de una vieja dama solitaria que reside con su criada en el último
rincón de Asturias. Resulta ser la última superviviente de una familia
tradicionalista. Ha permanecido siempre soltera, pero no virgen pues tuvo un
hijo fruto de un fugaz idilio con un capitán liberal que recogió herido durante
la primera guerra carlista. El capitán prometió volver para casarse con ella,
pero murió en la guerra, y cuando ella dio a luz, sus hermanos se llevaron al
niño y nunca más volvió a verlo. Un día la mujer conversa con un pintor que
anda en busca de paisajes para inspirar sus cuadros. Congenian y ella le revela
su secreto. El pintor le cuenta la historia de otro capitán que murió en una
guerra posterior cuando todavía debía dinero a un amigo. Días después envía a
doña Berta el retrato que le ha hecho a ella y también una copia en miniatura
del retrato que hizo a aquel capitán. Al ver el rostro de éste, la anciana
comprueba que hay un gran parecido con el capitán a quien ella amó, y deduce
que es el hijo de ambos.
Hay
un lugar en el norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los
moros; y si doña Berta de Rondaliego, propietaria de este escondite verde y
silencioso, supiera algo más de historia, juraría que jamás Agripa, ni Augusto,
ni Muza, ni Tarick habían puesto la osada planta sobre el suelo, mullido siempre
con tupida hierba fresca, jugosa, oscura, aterciopelada y reluciente, de aquel
rincón suyo, todo suyo, sordo, como ella, a los rumores del mundo, empaquetado
en verdura espesa de árboles infinitos y de lozanos prados, como ella lo está
en franela amarilla, por culpa de sus achaques. Pertenece el rincón de hojas y
hierbas de doña Berta a la parroquia de Pie del Oro, concejo de Carreño,
partido judicial de Gijón; y dentro de la parroquia, se distingue el barrio de
doña Berta con el nombre de Zaornín, y dentro del barrio se llama Susacasa la
hondonada frondosa, en medio de la cual hay un gran prado que tiene por nombre
Aren. Al extremo noroeste del prado pasa un arroyo orlado de altos álamos,
abedules y cónicos humeros de hoja oscura que comienza a rodear en espiral el
tronco desde el suelo, tropezando con la hierba y con las flores de las
márgenes del agua.
El
arroyo no tiene allí nombre, ni lo merece, ni apenas agua para el bautizo; pero
la vanidad geográfica de los dueños de Susacasa lo llamó desde siglos atrás el río, y los vecinos de otros lugares
del mismo barrio, por desprecio al señorío de Rondaliego, llaman al tal río el regatu, y lo humillan cuanto pueden,
manteniendo incólumes capciosas servidumbres que atraviesan la corriente del
cristalino huésped fugitivo del Aren y de la llosa; y la atraviesan, oh sarcasmo! Sin necesidad de puentes,
no ya romanos, pues queda dicho que por allí los romanos no anduvieron; ni
siquiera con puentes que fueran troncos huecos y medio podridos de verdores
redivivos al contacto de la tierra húmeda de las orillas. De estas servidumbres
tiranas, de ignorado y sospechoso origen, democráticas victorias sancionadas
por el tiempo, se queja amargamente doña Berta, no tanto porque humillen el
río, cruzándole sin puente (sin más que una piedra grande en medio del cauce,
islote de sílice, gastado por el roce secular de pies desnudos y zapatos con
tachuelas), cuanto porque marchitan las más lozanas flores campestres y matan,
al brotar, la más fresca hierba del Aren fecundo, señalando su verdura
inmaculada con cicatrices que lo cruzan como bandas un pecho; cicatrices hechas
a patadas. Pero dejando estas tristezas para luego, seguiré diciendo que más
allá y más arriba, pues aquí empieza la cuesta, más allá del río que se salta
sin puentes ni vados, está la llosa,
nombre genérico de las vegas de maíz que reúnen tales y cuales condiciones, que
no hay para qué puntualizar ahora; ello es que cuando las cañas crecen, y sus
hojas, lanzas flexibles, se columpian ya sobre el tallo, inclinadas en graciosa
curva, parece la Llosa verde
mar agitado por las brisas. Pues a la otra orilla de ese mar está el palacio,
una casa blanca, no muy grande, solariega de los Rondaliegos, y ella y su
corral, quintana, y sus dependencias, que son: capilla, pegada al palacio, lagar (hoy con vertido en
pajar), hórreo de castaño con pies de piedra, pegollos, y un palomar blanco y cuadrado, todo aquello junto,
más una cabaña con honores de casa de labranza, que hay en la misma falda de la
loma en que se apoya el palacio,
a treinta pasos del mismo; todo eso, digo, se llama Posadorio». In Leopoldo Alas (Clarin), Doña Berta, 1891/1892,
Biblioteca da Universidad de Barcelona, Biblioteca Virtual Miguel Cervantes,
Unidad Audiovisual, Alicante, 2001/2002, Libreria de Fernando Fé, CDU
821.134.232-18.
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