O Despertar da Europa
«(…) Superada la época
de las llamadas segundas invasiones (musulmanas,
normandas y magiares), asimilados en lo social, lo económico, lo cultural y
lo religioso los vikingos y los húngaros, y mantenidos a raya los musulmanes,
los reinos cristianos de Occidente pudieron al fin vislumbrar tiempos menos
convulsos. Durante el siglo XI el Occidente cristiano comenzó a salir del largo
y oscuro período que caracterizó buena parte de la Alta Edad Media y que ha
sido denominado en algunas ocasiones como las Épocas Oscuras. A ello no fue ajeno el nuevo modelo socioeconómico
que se había venido configurando desde fines del mundo romano y que se concretó
en el feudalismo. En efecto, la descomposición del poder centralizado y su
sustitución por los poderes locales, feudales, en suma, no generó un gran
Estado capaz de recoger la herencia romana, pero esa multiplicación de los centros
de poder fue un factor que contribuyó decisivamente al triunfo del modelo
feudal. Un gran imperio, aparentemente sólido y estable, puede ser aniquilado
de un plumazo por otro más poderoso o más ágil, como le ocurrió a los persas sasánidas
con los musulmanes, pero acabar con todo un conglomerado de reinos, principados
y Estados feudales parece mucho más difícil. Sin duda, la atomización del poder
y de sus centros de control en Europa occidental en la Alta Edad Media fue uno de
los pilares de su supervivencia.
Entre tanto, la Iglesia,
que había logrado mantener en condicio nes aceptables su red de obispados y su
poderosa influencia social, se regeneró merced a la reforma impulsada por el
papa Gregorio VII (1073-1085) y ganó prestigio y espacios de influencia social y
política. No en vano había sido la única institución que, pese a tantos
problemas, se había mantenido firme y unida hasta entonces. Al abrigo de esta
nueva situación, la transformación de Europa occidental comenzó a ser patente.
La economía y el comercio florecieron, se abrieron nuevos mercados, surgieron talleres
artesanales, las ciudades crecieron, la agricultura se desarrolló ganando espacio
a los bosques y a las marismas y multiplicando la producción, y los Estados lograron
establecer nuevas formas políticas en torno a dinastías reales que se
consolidaron. Tras varias centurias de descomposición política y caos social,
entre los siglos XI y XII en Europa se fueron asentando los nuevos reinos:
Inglaterra, Francia, el Imperio romano-germánico, los reinos hispánicos (los
Estados de la Corona de Aragón, Navarra, Castilla y León y Portugal)... Semejante
crecimiento económico y un desarrollo social concretado en la aparición de una
incipiente burguesía impulsaron a toda la sociedad a un despegue generalizado: las ciudades duplicaron e incluso
triplicaron su extensión, siendo necesario construir nuevos barrios para acoger
a la creciente población, la construcción disfrutó de un auge inusitado y los
ya grandes templos románicos de la primera mitad del siglo XII fueron sustituidos
por las todavía más grandes catedrales del nuevo estilo gótico, que encarnó el
triunfo de la cristiandad en el siglo XIII.
Nunca hasta esa época la
cristiandad de Occidente había disfrutado de una bonanza similar. La misma Iglesia participó de
esta situación y contempló cómo se multiplicaron las órdenes monásticas y se
fundaron monasterios, conventos y parroquias por todas partes. Los siglos XII y
XIII fueron los de la gran expansión de Europa. Desde el siglo II, el de mayor
apogeo del Imperio romano, Occidente no había vuelto a vivir una situación tan
bonancible, y por ello los dirigentes políticos y religiosos se creyeron en
condiciones de ir más allá de lo que habían heredado. En la Península
Ibérica, los reinos cristianos del norte se lanzaron a la conquista del
territorio musulmán del sur; en el centro de Europa, los alemanes avanzaron
hacia el este en un proceso a la vez colonizador y cristianizador, y ante estos
primeros grandes triunfos se despertó tal euforia que se vio factible la
realización de un viejo sueño: la
conquista de la perdida Tierra Santa y la recuperación de los Santos Lugares,
aquellos en los que Cristo había nacido, predicado la buena nueva y muerto.
La idea de Cruzada
La mayoría de las religiones aspira a ser católica, es decir,
universal, verdadera y santa, y por tanto única y excluyente. Durante los
primeros siglos de nuestra era, el cristianismo monopolizó la interpretación de
la Revelación divina en los países ribereños de la cuenca mediterránea, con la
excepción de algunos núcleos de irreductibles judíos dispersos por ella. Pero
en los primeros decenios del siglo VII, un individuo llamado Muhammad (Mahoma)
convulsionó desde el corazón de Arabia la creencia en Dios y provocó una
profunda ruptura religiosa que todavía permanece. El islam, la nueva religión, o
mejor, la nueva forma de religión predicada por Mahoma entre los años 610 y
632 se extendió a una velocidad increíble desde Arabia por Asia
occidental y central y por todo el norte de África; y en el año 711 cruzó el Estrecho de Gibraltar para
imponerse en la Península Ibérica y en el sur de Francia». In José Luís Corral, Breve
História de la Orden del Temple, Ensayo Edhasa, 2006, ISBN 978-84-350-2684-0.
Cortesia de Edhasa/JDACT