La Coruña
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«Debe de ser muy
parecida la impresión que produce el reeditar un libro hace tiempo agotado
-sobre todo un libro como éste, de tan viva polémica,al sentimiento que se despierta
en el alma cuando abrimos un cajón atestado de correspondencia antigua, donde
yacen apagados y mudos los viejos afectos, los viejos intereses y las viejas tribulaciones.
Con melancólica sorpresa escarbamos en las cenizas, releemos carillas y más
carillas, y el pasado renace una hora. Cuán bien discernimos entonces los
yerros ajenos y propios! Cuán disculpable engreimiento nos domina al advertir
quizás que no en todo errábamos, que por ventura la experiencia de hoy
corrobora las previsiones de ayer! Al repasar las hojas de La Cuestión Palpitante, antes de resolverme a reimprimirla al
frente de mis Obras completas,
noto más deficiencias en la composición del libro que diferencia entre mis
ideas estéticas de entonces y las de ahora. Si intentase corregir o refundir,
tendría que añadir mucho, sin variar esencialmente nada.
Como que en realidad, la discutida, combatida, asendereada y perdóneseme la
afirmación leidísima Cuestión
Palpitante, no fue catecismo de una escuela, según erradamente creyeron
los que la vieron con ojos maliciosos o descuidados, sino exposición de teorías
que aquí se habían entendido al revés, con saña y reprobación tan
antiliterarias como ciegas, y ensayo de crítica de esas mismas teorías, sin
pasión ni dogmatismo. Hoy, que se há serenado el cielo, cualquiera que se tome
el trabajo de repasar las hojas de mi libro verá que no es tal Biblia del naturalismo
(así le llamaba, en chanza probablemente, cierto sapientísimo historiador),
sino una tentativa de sincretismo, tan batalladora en la forma como serena y
tolerante en el fondo.
No diré que no se hayan
modificado poco ni mucho mis ideas estéticas desde 1882, fecha en que insertaba La
Época mis artículos titulados La Cuestión Palpitante. Se han modificado, o, mejor dicho,
han devenido, de un modo tan orgánico y natural como el fruto
sobre el árbol. La raíz y tronco no podían mudar ni mejorar: lo afirmo, precisamente
porque estos principios inmutables e inmejorables en que se basa mi estética,
ni me pertenecen ni pertenecen a nadie en propiedad exclusiva: son a la crítica
lo que el método experimental a la ciencia: el fundamento, la base, el
báculo para caminar y no caerse: desde ellos se puede lanzar el juicio a otras
regiones; sin ellos no se va a ninguna parte. Y por su misma fecundísima
amplitud es por lo que, sin renegar de ellos, puede el espíritu ir cambiando
suavemente su primitiva orientación, en busca de horizontes cada vez más
anchos, de mayor armonía y totalidad artística y humana. Completarse sin desmentirse, es tal vez el ideal del pensamiento.
Sobre todo lo que aquí indico
en cifra, y sobre otros diversos puntos de vista que me sugiere La Cuestión Palpitante releída
hoy, podría yo, claro está, intercalar disertaciones que cuadruplicasen el
texto primitivo, y refundir y variar éste, hasta dejarlo como nuevo. Podría
también llenar vacíos, que reconozco y lamento, y extenderme en completar el
boceto ligerísimo que tracé de la novela europea. La omisión más evidente en La Cuestión Palpitante es
la de la novela rusa: omisión doblemente perjudicial, porque no es sólo laguna
en la erudición, sino algo peor, supresión de un lado entero de la cuestión
misma, que completa, repara, ensancha, rectifica, explica el otro,
representado por la novela francesa, y único a que en el presente libro atendí.
Verdad es que, si mío fue el agravio, el desagravio mío fue también. Era en
España la moderna novela rusa, de tan profundo sentido y capital importancia,
mucho más desconocida en 1887 que la
francesa en 1882, cuando me arrojé a
exponer en el Ateneo su desarrollo, carácter y significación, logrando por primera
vez allí y en la prensa alguna resonancia los nombres exóticos de Gogol, Tolstoy,
Dostoyeuski, Turguenef, Chedrine, y demás astros del realismo ruso. Hoy el público
español está casi familiarizado con esos nombres ilustres, especialmente con el
del gran Tolstoy; y como mis tres lecturas en el Ateneo sobre La Revolución y la Novela en Rusia
forman un grueso tomo, me sería fácil... hasta la ignominia, rellenar La Cuestión Palpitante con
noticias de un asunto que tan conocido tengo. Ni tampoco me parece arco de
iglesia añadir a las páginas dedicadas a la novela rusa otras suplementarias,
donde más o menos analíticamente se estudiase el realismo italiano, el belga,
el inglés, el sueco, noruego y dinamarqués, el yankee, y unas miajillas el
alemán que apenas existe. Revistas, periódicos, cartas y libros he recogido en
los ocho años que transcurrieron desde la publicación en tomo de mis cartas a La Época, donde tengo almacén
más que suficiente para extraer materiales y tapar esos huecos, que soy la primera
en notar y reconocer. Y en cuanto a nuestra novela nacional, qué de páginas podría
suplir quien se propone historiarla en plazo no muy remoto, y quien ya tiene escritas
sobre un solo novelista de los de primera línea, Pedro Antonio de Alarcón, más de
doscientas páginas!» In Emilia Pardo Bazán, La Cuestión Palpitante,
Edición digital a partir de la de Obras
completas, I, Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1891 y cotejada con
la edición crítica de José Manuel González Herrán, las variantes de las ediciones
de 1882 y 188,3 Barcelona, Anthropos, 1989.
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