«Los
cartógrafos medievales no tuvieron ningún reparo en registrar, en sus cartas,
islas, casi en cadena, de las que nada sabían, frente a las costas europeas. No
era el horror al vacío, sino la presunción dorada de una historia futura, con
una humanidad distinta colgada de la fantasía. Homero ya hablo de una de ellas,
en la Odisea, la isla Ogigia, que estaba en el Océano, como
guardiana, más allá de las columnas de Hércules, donde Ulises estuvo siete años
en poder de la hermosa Calipso. En otra, Cronos estuvo cautivo,
con el tiempo sin latir; mientras que otras eran mansión de los muertos y de
los espíritus. Pero con el tiempo, el Océano pasó a ser el albergue de otros mundos, a los que era muy dificil
llegar, por los bancos, escollos y bajos que, desde aquellas islas se
acumulaban en derredor, como depósitos de cieno y pedregal, arrastrados por los
ríos marinos, desde el continente. Por eso, entre otros seres marginales,
pudieron servir de refugio a santos y anacoretas, o a seres degradados y
temibles o animales: demonios, gatos marinos, serpientes oceánicas, pigmeos o
mujeres indomables y solitarias. En una de esas islas se decía que salía a
descansar Judas, el traidor a Cristo.
Toda
esta carga de fantasías y más, era válido para rellenar aquel inframundo. Pero
no vale la pena extenderse sobre el particular, al que Louis-André Vigneras dedicó
una interesante monografia, como nuestro Asín Palacios acertó a trasladar
historias paralelas, procedentes de las tradiciones árabes, que pudieron servir
de modelo. Por qué permanecieron todas
esas islas, bajo el espeso manto de la leyenda, sin más mision que la de
cobijar mitos, cuando los descubrimientos comenzaron su lento camino en los
tiempos previos al infante Enrique, con los viajes trecentistas sobre todo
italianos? Fue un desinterés de
los navegantes por lo pequeño, cuando ya se iniciaron los descubrimientos?
Como se representó a tales micromundos
sin haberlos visitado?
Cortesão negó este extremo:
no eran tan desconocidas tales ínsulas, aunque el contacto con ellas fuera leve
y sorpresivo; por lo menos, así dijo, con algunas del grupo Antilia,
como permite deducirlo su representación en la carta anónima de 1424, mientras que en el mapamundi de
Abraham Cresques (1375-1377) aún no aparecia. Esa carta anónima de 1424, a la que Cortesão llamó primeira carta
atlântica de Idade Média, por el amplio espacio que se dedica al Océano y a
todas sus islas, reales y fantásticas, prueba que los portugueses por esas
fechas, o más bien poco antes, volcaron ya su avizorada atención en este otro
mundo isleño y, además, deshabitado. Ello
indica que, a pesar de esas condiciones, pensaban en la existencia de recursos
desconocidos o de cualidades apetecibles?
Más
bien creemos en una proyección ideológica de los cenáculos humanistas,
reunidos, por ejemplo en el Santo Spiritu, en torno al agustino Luigi
Marsali, en Florencia; como luego con Traversari, ansiosos de dar
explicación a lo desconocido; así como podemos fijarnos también en la
cartografia toscanas. Lo mismo que en la Curia romana, que fue un importantíssimo punto de encuentro,
concreto y real, para el naciente humanismo, donde Poggio y el cardenal
Orsini tuvieron un papel tan destacado». In Demetrio Ramos, Las Islas
Desiertas del Atlantico y su Inquietante Mensaje, a Joaquim Veríssimo Serrão os
Amigos, Fraternidade e Abnegação, Academia Portuguesa da História, Lisboa,
1999, ISBN 972-624-126-X.
Cortesia
da APdaHistória/JDACT