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de wikipedia e jdact
1638_José
Ribera_
Acto
I
«Entrando
Calisto en una huerta en pos de un halcón suyo, halló a Melibea, de cuyo amor
preso, comenzole de hablar. De la cual rigorosamente despedido, fue para su
casa muy angustiado. Habló con un criado suyo llamado Sempronio, el cual,
después de muchas razones, le enderezó a una vieja llamada Celestina, en cuya
casa tenía el mismo criado una enamorada llamada Elicia. La cual, viniendo
Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado
Crito, al cual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con
Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno. El
cual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto.
Pármeno fue conocido de Celestina, la cual mucho le dice de los hechos y
conocimiento de su madre, induciéndole a amor y concordia de Sempronio.
Calisto. En esto veo,
Melibea, la grandeza de Dios.
Melibea. En qué, Calisto?
Calisto. En dar poder a
natura que de tan perfecta hermosura te dotase y hacer a mí inmérito tanta
merced que verte alcanzase y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor
manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal galardón, que el
servicio, sacrificio, devoción y obras pías, que por este lugar alcanzar tengo
yo a Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir. Quién vio
en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como ahora el mío? Por cierto
los gloriosos santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo
ahora en el acatamiento tuyo. Más o triste!, que en esto diferimos: que ellos
puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo misto me
alegro con recelo del esquivo tormento, que tu ausencia me ha de causar.
Melibea. Por gran premio
tienes esto, Calisto?
Calisto. Téngolo por
tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no
lo tendría por tanta felicidad.
Melibea. Pues aun más
igual galardón te daré yo, si perseveras.
Calisto. O
bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!
Melibea. Mas
desaventuradas de que me acabes de oír. Porque la paga será tan fiera, cual
merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras, Calisto, ha sido de
ingenio de tal hombre como tú, haber de salir para perderse en la virtud de tal
mujer como yo. Vete!, Vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que
haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
Calisto. Iré como aquel
contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel. Sempronio,
Sempronio, Sempronio! Dónde está este maldito?
Sempronio. Aquí estoy,
señor, curando de estos caballos.
Calisto. Pues, cómo sales
de la sala?
Sempronio. Abatiose el
gerifalte y vínele a enderezar en el alcándara.
Calisto. Así los diablos
te ganen! Así por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intolerable
tormento consigas, el cual en grado incomparablemente a la penosa y desastrada
muerte, que espero, traspasa. Anda, anda, malvado! Abre la cámara y endereza la
cama.
Sempronio. Señor, luego
hecho es.
Calisto. Cierra la
ventana y deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis
pensamientos tristes no son dignos de luz. O bienaventurada muerte aquella, que
deseada a los afligidos viene! O si viniésedes ahora, Hipócrates y Galeno,
médicos, sentiríades mi mal? O piedad de silencio, inspira en el Plebérico
corazón, porque sin esperanza de salud no envíe el espíritu perdido con el
desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!
Sempronio. Qué cosa es?
Calisto. Vete de ahí! No
me hables; sino, quizá ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán
tu arrebatado fin.
Sempronio.
Iré, pues solo quieres padecer tu mal.
Calisto. Ve con el
diablo!
Sempronio. No creo, según
pienso, ir conmigo el que contigo queda. desventura! O súbito mal! Cuál fue tan
contrario acontecimiento, que así tan presto robó el alegría deste hombre y, lo
que peor es, junto con ella el seso? Dejarle he solo o entraré allá? Si le dejo,
matarse ha; si entro allá, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera
aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Aunque por
al no desease vivir, sino por ver mi Elicia, me debería guardar de peligros.
Pero, si se mata sin outro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida.
Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es
señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dejar un poco desbrave, madure:
que oído he decir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque
mas se enconan. Esté un poco. Dejemos llorar al que dolor tiene. Que las
lágrimas y suspiros mucho desenconan el corazón dolorido. Y aun, si delante me
tiene, más conmigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reverberar. La
vista, a quien objeto no se antepone, cansa. Y cuando aquel es cerca, agúzase. Por
eso quiérome sufrir un poco. Si entretanto se matare, muera. Quizá con algo me
quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Aunque malo es esperar
salud en muerte ajena. Y quizá me engaña el diablo. Y si muere, matarme han y
irán allá la soga y el calderón. Por otra parte dicen los sabios que es grande descanso
a los afligidos tener con quien puedan sus cuitas llorar y que la llaga
interior más empece. Pues en estos extremos, en que estoy perplejo, lo más sano
es entrar y sufrirle y consolarle. Porque, si posible es sanar sin arte ni
aparejo, más ligero es guarecer por arte y por cura.
Calisto. Sempronio.
Sempronio. Señor.
Calisto. Dame acá el
laúd.
Sempronio. Señor, vesle
aquí.
Calisto. Cual dolor puede
ser tal que se iguale con mi mal?
Sempronio. Destemplado está
ese laúd.
Calisto. Cómo templará el
destemplado? Cómo sentirá el armonía aquel, que consigo está tan discorde? Aquel
en quien la voluntad a la razón no obedece? Quien tiene dentro del pecho
aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas,
todo a una causa? Pero tañe y canta la más triste canción, que sepas». In Fernando
de Rojas, La Celestina, edição de 1500, Editora Literanda, colección Literanda
Clássicos, 2013, ISBN 978-842-464-353-9.
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