Cortesia
de wikipedia e jdact
El
Despacho
«(…) Y, sin embargo, en contra de
lo que pensaba entonces, no sería en aldeas de Afganistán, revueltas en Birmania
o entre las ruinas de Sumatra donde más a prueba se iba a poner mi idea de lo
que debía ser un periodista, sino en ese despacho desde donde me disponía a
disfrutar de inmejorables vistas al poder y lo que este hace a las personas. Conspiraría
y traicionaría como había visto hacer a otros por conservar mi pequeña parcela?
Confundiría mis intereses con el proyecto noble y necesario que era un
periódico? Me convertiría, también yo, en uno de ellos? En mi discurso de
presentación ante la redacción recordé mis dificultades para acceder al
periódico y dije que no me parecía mala idea que los guardias de seguridad me
pararan todos los días antes de entrar, preguntándome quién era y a qué venía.
Quizá me ayudaría a recordar que solo era un periodista, no un gerente o un
político, y que si mi trasero se acomodaba excesivamente en mi nuevo sillón me
convertiría en uno de los segundos. Admití las inconveniencias de mi elección
como director, no conocía a muchos de mis compañeros, no tenía contactos en
España y sin duda había candidatos con más experiencia, pero me comprometí a
aprender rápido y dejé caer la ventaja que quizá compensaba aquellas carencias.
Había llegado al puesto sin deberle un favor a nadie. Y sin que nadie me lo
debiera a mí.
El día que salga por esa puerta,dije,
mi mochila estará igual de ligera que hoy. Terminé mi discurso prometiendo que
mi lealtad estaría siempre con mis periodistas y con los lectores y, sin
haberlo preparado, me giré hacia los directivos que me flanqueaban diciendo que
esse compromiso estaba también por encima de ellos. El Cardenal cambió el gesto
y lo recompuso rápidamente con una sonrisa forzada. Aquella misma tarde, en
nuestra primera reunión en su despacho de La Segunda, se mostró amable y
condescendiente al censurar mi intervención: créeme que entiendo todo lo que
has dicho y me parece inteligente, porque ahora es importante que te ganes a la
gente y era lo que tenías que decir. En realidade,dije, creo todo lo que les he
dicho.
Bien, bien… Todo eso está muy
bien, pero pronto entenderás que, en el mundo real, las cosas no son tan fáciles.
Yo te voy a ayudar en todo. Sabes?, dije aparcando una discusión que me parecía
prematura. Nunca pensé que fueras a tener los huevos. Los huevos? Sí, para
traerme. Para hacer la revolución en un diario de la prensa tradicional. Nadie
en este país se ha atrevido a hacer nada parecido. El Cardenal sonrió, sin
ocultar que le había agradado el comentario: eso es porque no me conoces todavía.
Estamos juntos en esto, no lo olvides. Si lo piensas bien, yo estoy más en tus
manos que tú en las mías. Eres mi última bala.
Lo que El Cardenal trataba de
decirme era que, si las cosas tampoco le salían bien conmigo, los propietarios
italianos pedirían su cabeza, no la mía. Había despedido a los dos anteriores
directores en menos de dos años, pagando una fortuna en indemnizaciones y
desestabilizando el periódico. No sería fácil culpar a un tercero de que las
cosas siguieran marchando mal. En realidad, nadie que conociera la historia de
la empresa podía aspirar a sobrevivir al nuncio de Milán. Había salido airoso
de todas las crisis, ganado todas las batallas internas y eliminado a todos sus
rivales, reales e imaginarios, para mantenerse al frente entre olas de
despidos, amenazas de bancarrota y asedios políticos. Y todo lo había hecho sin
arrugarse el traje, sin una salida de tono o un mal gesto com nadie, operando y
deshaciéndose de sus adversarios con la discreta opacidad de un cardenal, encontrando
siempre una salida al laberinto de intrigas en el que los demás se perdían. La
broma que circulaba por la redacción era que, en caso de apocalipsis nuclear,
al día siguiente abriríamos con un titular a cinco columnas: sobrevivieron las
cucarachas y El Cardenal». In David Jiménez Garcia, El Director, Libros
del KO, SLL, 2019, ISBN 978-841-767-809-8.
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