«No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su ropio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubie abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a enos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y co siguieron vieron cómo mientras descubrí echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de un lado a otro de la boca, sin saber todavía qué hacer con evaba la servilleta en la mano, y no la soltó hasta que al cabo de un rato reparó en el sostén tirado sobre el bidet, y entonces lo cubrió con el paño que tenia a mano o tenía en la mano y sus labios habían manchado, como si le diera más vergüenza la visión de la prenda íntima que la del cuerp bía estado en contacto hasta h ándose por el pasillo o tambié bía cerrado el ifo del lavabo, el del agua fría, que estaba abierto con mucha presión La hija bía estado llorando mientras se ponía ante el espejo se abría la blusa, se quitaba sostén y se buscaba el corazón porque, tendida en el suelo frío del cuarto de ño enorme tenía los ojos llenos de lágrimas, que no se habían visto durante el brotado después de caer sin vida. En contra de su stumbre y de la costumbre general, no había echado el pestillo, lo que hizo nsar al padre (pero brevemente y sin pensarlo apenas, en cuanto tragó) que izá su hija, mientras lloraba, había estado esperando o deseando que alguien riera la puerta y le impidiera hacer lo que había hecho, no por la fuerza sino n su mera presencia, por la contemplación de su desnudez en vida o con una ano en el hombro. Pero nadie (excepto ella ahora, y porque ya no era una niña) a al cuarto de baño durante el almuerzo. El pecho que no había sufrido el pacto resultaba bien visible, maternal y blanco y aún firme, y fue hacia él hacia nde se dirigieron instintivamente las primeras miradas, más que nada para itar dirigirse al otro, que ya no existía o era sólo sangre. Hacía muchos años o, dejó de verlo cuando se transformó o o sólo se sintió espantado, sino también que sí lo había visto cambiado en su olescencia y quizá después, fue la primera en tocarla, y con una toalla (su opia toalla azul pálido, que era la que tenía tendencia a coger) se puso a secarle lágrimas del rostro mezcladas con sudor y con agua, ya que antes de que se rrara el grifo, el chorro había estado rebotando contra la loza y habían caído tas sobre las mejillas, el pecho blanco y la falda arrugada de su hermana en el uelo. También quiso, apresuradamente, secarle la sangre como si eso pudiera urarla, pero la toalla se empapó al instante y quedó inservible para su tarea, mbién se tino. En vez de dejarla empaparse y cubrir el tórax con ella, la retiró en seguida al verla tan roja (era su propia toalla) y la dejó colgada sobre el borde de la bañera, desde donde goteó. Hablaba, pero lo único que acertaba a decir era el nombre de su hermana, y a repetirlo. Uno de los invitados no pudo evitar mirarse en el espejo a distancia y atusarse el pelo un segundo, el tiempo suficiente para notar me la sangre y el agua (pero no el sudor) habían salpicado la superficie y por tanto cualquier reflejo que diera, incluido el suyo mientras se miró. Estaba en el umbral, sin Entrar, al igual que los otros dos invitados, como si pese al olvido de las reglas sociales en aquel momento, consideraran que sólo los miembros de la familia tenían derecho a cruzarlo. Los tres asomaban la cabeza tan sólo, el tronco inclinado como adultos escuchando a niños, sin dar el paso adelante por asco o respeto, quizá por asco, aunque uno de ellos era médico (el que se vio en el espejo) y lo normal habría sido que se hubiera abierto paso con seguridad y hubiera examinado el cuerpo de la hija, o al menos, rodilla en tierra, le hubiera puesto en el cuello dos dedos. No lo hizo, ni siquiera cuando el padre, cada vez más pálido e inestable, se volvió hacia él y, señalando el cuerpo de su hija, le dijo Doctor, en tono de imploración pero sin ningún énfasis, para darle la espalda a continuación, sin esperar a ver si el médico respondía a su llamamiento. No sólo a él y a los otros les dio la espalda, sino también a sus hijas, a la viva y a la que no se atrevía a dar aún por muerta, y, con los codos sobre el lavabo y las manos sosteniendo la frente, empezó a vomitar cuanto había comido, incluido el pedazo de carne que acababa de tragarse sin masticar. Su hijo, el hermano, que era bastante más joven que las dos niñas, se acercó a él, pero a modo de ayuda sólo logró asirle los faldones de la chaqueta, como para sujetarlo y que no se tambaleara con las arcadas, pero para quienes lo vieron fue más bien un gesto que buscaba amparo en el momento en que el padre no se lo podía dar. Se oyó silbar un poco. El chico de la tienda, que a veces se retrasaba con el pedido hasta la hora de comer y estaba descargando sus cajas cuando sonó la detonación, asomó también la cabeza silbando, como suelen hacer los chicos al caminar, pero en seguida se interrumpió (era de la misma edad que aquel hijo menor), en cuanto vio unos zapatos de tacón medio descalzados o que sólo se habían desprendido de los talones y una falda algo subida y manchada, unos muslos manchados, pues desde su posición era cuanto de la hija caída se alcanzaba a ver. Como no podía preguntar ni pasar, y nadie le hacía caso y no sabía si tenía que llevarse cascos de botellas vacíos, regresó a la cocina silbando otra vez (pero ahora para disipar el miedo o aliviar la impresión), suponiendo que antes o después volvería a aparecer por allí la doncella, quien normalmente le daba las instrucciones y no se hallaba ahora en su zona ni con los del pasillo, a diferencia de la cocinera, que, como miembro adherido de la familia, tenía un pie dentro del cuarto de baño y otro fuera y se limpiaba las manos con el delantal, o quizá se santiguaba con él. La doncella, que en el momento del disparo había soltado sobre la mesa de mármol del office las fuentes vacías que acababa de traer, y por eso lo había confundido con su propio y simultáneo estrépito, había estado colocando luego en una bandeja, con mucho tiento y poca mano, mientras el chico vaciaba sus cajas con ruido también, la tarta helada que le habían mandado comprar…» In Javier Marías, Coração Tão Branco, 1992, Relógio D’Água, 1994, ISBN 972-708-247-5, Randon House, 2006, Barcelona, ISBN 10.84-8346-140-4.
sexta-feira, 9 de junho de 2023
Coração Tão Branco. Javier Marías- «… había estado colocando luego en una bandeja, con mucho tiento y poca mano, mientras el chico vaciaba sus cajas con ruido también, la tarta helada que le habían mandado comprar…»
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de wikipedia e jdact