terça-feira, 7 de setembro de 2021

El Caballero de Alcántara (O Cavaleiro de Alcântara). Jesús Sánchez Adalid. «Cambié de casa, pero no de oficios, pues seguí con mi condición de trovador, turco por fuera, y muy cristiano por dentro, espiando lo que podía. Y ejercí este segundo menester con el mayor de los tinos»

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Prólogo

«(…) De esta suerte, trabé amistad con hombres de doble vida que eran tenidos allí por mercaderes, pero que servían en secreto a nuestro Rey Católico mandando avisos y teniendo al corriente a las autoridades cristianas de cuanto tramaba el turco en perjuicio de las Españas. Abundando en inteligencias con tales espías, les pareció a ellos muy oportuno que yo me fingiera aficionado a la religión mahomética y me hiciera tener por renegado de la fe en que fui bautizado. Y acepté, para sacar el mejor provecho del cautiverio en favor de tan justa causa. Pero entiéndase que me hice moro sólo en figura y apariencia, mas no en el fuero interno donde conservé siempre la devoción a Nuestro Señor Jesucristo, a la Virgen María y a todos los santos. Esta treta me salió tan bien, que mi dueño se holgó mucho al tenerme por turco y me consideró desde entonces no ya como esclavo sino como a hijo muy querido. Me dejé circuncidar y tomé las galas de ellos, así como sus costumbres. Aprendí la lengua alárabe y perfeccioné mis conocimientos de la cifra que usan para tañer el laúd que llaman saz. Pronto recitaba de memoria los credos mahométicos, cumplía engañosamente con las obligaciones de los ismaelitas, no omitiendo ninguna de las cinco oraciones que ellos hacen, así como tampoco las abluciones, y dejé que trocaran mi nombre cristiano por el apodo sarraceno Cheremet Alí. Con esta nueva identidad y teniendo muy conforme a todo el mundo hice una vida cómoda, fácil, en un reino donde los cautivos pasan incontables penas. Y tuve la oportunidad de obtener muy buenas informaciones que, como ya contaré, sirvieron harto a la causa de la cristiandad.

No bien había transcurrido un lustro de mi cautiverio, cuando cayó en desgracia mi amo Dromux Arráez, que era visir de la corte del Gran Turco. Alguien de entre su gente le traicionó y sus enemigos aprovecharon para sacarle los yerros ante la mirada del sultán. Fue llevado a prisión, juzgado y condenado a la pena de la vida. Cercenada su cabeza y clavada en una pica, sus bienes fueron confiscados y puestos en venta todos sus siervos y haciendas. A mí me compró un importantísimo ministro de palacio, que había tenido noticias de mis artes por ser muy amigo de cantores y poetas. Era este magnate nada menos que el guardián de los sellos del Gran Turco, el nisanji, que dicen ellos, y servía a las cosas del más alto gobierno del Gran Turco en la Sublime Puerta.

Cambié de casa, pero no de oficios, pues seguí con mi condición de trovador, turco por fuera, y muy cristiano por dentro, espiando lo que podía. Y ejercí este segundo menester con el mayor de los tinos. Resultado que el primer secretario de mi nuevo amo era también espía de la misma cofradía que yo. Aunque no supe esto hasta que Dios no lo quiso. Pero, cuando fue Él servido dello, llegó a mis oídos la noticia de que el Gran Turco tenía resuelto atacar Malta con toda su flota. Pusieron mucho empeño los conjurados de la secreta hermandad para que corriera yo a dar el aviso cuanto antes. Embárqueme aprisa y con sigilo en la galeaza de un tal Melquíades de Pantoja y navegué sin sobresaltos hasta la isla de Quío. Ya atisbaba la costa cristiana, feliz por mi suerte, cuando se cambiaron las tornas y se pusieron mi vida y misión en gran peligro. Resultó que los griegos en cuyo navío iba camino de Nápoles prestaron oído al demonio y me entregaron a las autoridades venecianas que gobernaban aquellas aguas. Éstos me consideraron traidor y renegado, poniéndome en manos de la justicia española en Sicilia; la cual estimó que debía comparecer ante la Santa Inquisición (maldita), por haber encontrado en mi poder documentos con el sello del Gran Turco. Repararon también en que estaba yocircuncidado y ya no me otorgaron crédito.

Intenté una y otra vez darles razones para convencerles de que era cristiano. No me atendían. Todo estaba en mi contra. Me interrogaron y me sometieron a duros tormentos. Pero no podía decirles toda la verdad acerca de mi historia, porque tenía jurado por la sacrosanta Cruz del Señor no revelar a nadie que era espía, ni aun a los cristianos, salvo al virrey de Nápoles en persona o al mismísimo rey». In Jesús Sánchez Adalid, El Caballero de Alcántara, 2008, Epulibre, O Cavaleiro de Alcântara, 2008, 2021, HarperCollins Ibérica, 2021, ISBN 978-849-139-511-9.

Cortesia de HCIbéica/JDACT

JDACT, Jesús Sánchez Adalid, Literatura, Espanha, Século XVI,