Sierra de Leyre. Noviembre del año 1027
«(…) Quién eres tú?, la asustó
una voz a su espalda. La niña se volvió y halló frente a ella el rostro de una
mujer con la piel más oscura que nunca habían visto sus ojos. Su mirada y su
cabello también vestían de penumbra, e incluso sus ropas tenían el color de la
noche. Me llamo Eneca. Y qué hace una pequeña como tú sola en el bosque? No
estoy sola, replicó la niña, tengo a mi perro y pronto mi madre vendrá a buscarme.
Un magnífico mastín, y de dónde vienes? De Xabier, mi padre es el tenente del
castillo. Nos atacaron y…, logramos huir. Interesante, y quién atacó Xabier? El
demonio de ojos de sangre. La mujer se estremeció al oír aquellas palabras y
escrutó de nuevo a la niña, esta vez con más énfasis y desconfianza. Tienes
hambre? Estás hecha un saco de huesos. Siéntate ahí y comeremos algo caliente.
Eneca obedeció y la mujer le
sirvió una sopa con tropezones de una carne cuya procedencia animal era difícil
de adivinar, y también alimentó al perro. Una niña como tú no debe deambular
sola, los hombres son unos animales y se dejan llevar por sus peores instintos.
Es mejor que permanezcas conmigo. Tengo que encontrar a mis padres! Dime, los
has visto en tus sueños? No, a ellos no. Bien, asintió, al tiempo que se
llevaba una hierba a la boca que comenzó a masticar. Yo necesito ayuda, quédate
aquí, al menos un tiempo. Hay cosas que debes aprender antes de seguir tu
camino. Todo sucede por alguna razón, absolutamente todo. El destino nos guía a
través de la vida, de esta y de las otras. Qué otras? Vaya, vaya. Veo que
tienes mucho que aprender, voy a salir al bosque. Acompáñame, por favor.
Así lo hizo Eneca, pensando que
le mostraría algo en particular, pero sólo caminaron hasta un saliente
pedregoso y permanecieron allí hasta que se puso el sol. Después, la mujer la
llevó hasta el interior del refugio y la acomodó en una cavidad con el suelo de
paja. Artal dormiría a
su lado. Así pasó Eneca la noche en aquel sobrio lugar. No fue la última. La niña
fue acogida con cierta indiferencia por su anfitriona, que la ignoraba durante
gran parte del día, pero que a la vez se encargaba de que comiera y no pasara
frío. La mujer se llamaba Nunila y aquel abrigo era su morada. En su interior
guardaba todo tipo de utensilios, hierbas y brebajes. La oquedad en la montaña
era profunda y repleta de lugares de almacenaje. Además, dentro la temperatura
era constante y había poca humedad. Nunila le ordenó limpiarla todos los días y
Eneca, poco acostumbrada a esas labores, quiso oponerse al principio. Pero por alguna
extraña razón, Nunila era de su agrado y sentía la necesidad de obedecerla.
Una mañana, salieron las dos
juntas, acompañadas de Artal,
al bosque. Adónde vamos?, preguntó Eneca. Hoy te voy a enseñar a recoger setas,
así que presta atención, ya que son tan ricas y útiles como peligrosas. La
mayoría de ellas tienen veneno. Toda seta buena tiene su gemela nociva. A veces
la diferencia entre las dos variedades es tan sutil que muchos hombres las
confunden y mueren. Estuvieron caminando durante un buen tramo de la mañana. Eneca!
Mira, ves esa? Es una seta calabaza. Tiene como un sombrero. Así es, siempre es
de color pardo, con el borde más claro. Crece entre hayas, robles y pinos. Nunila
se agachó y mostró a la niña cómo debía cortarla. Deambularon todo el día por
el bosque, recolectando setas y, al llegar la noche, guisaron las más sabrosas
en el interior de la cueva. Recordarás cómo son las setas calabaza?, preguntó
Nunila, sonriente. Sí, con un sombrero marrón, muy carnoso y un pie fuerte. Y
nada más? Creo que no. Maldita niña! El sombrero tiene un margen más claro, su
color no es uniforme. Si no eres capaz de fijarte en esos detalles, no me
sirves para nada. Cómo puedes ser tan estúpida? No estoy más que perdiendo el
tiempo contigo!
Eneca se fue llorando fuera de la
cueva. Nunila tan pronto se mostraba amable y se preocupaba por ella, como
cambiaba de manera súbita de humor, se encolerizaba y la despreciaba e
ignoraba. Pasaron las semanas y llegó el frío invierno, durante muchos días no
pudieron salir de su refugio. A pesar de la cercanía, Nunila continuó sin
hablar mucho com Eneca. De esta manera transcurrían los días para la niña,
hasta que por fin llegó la primavera y después el buen tiempo. En una de las
primeras noches de calor, Eneca se despertó en la oscuridad y descubrió un
resplandor en el exterior del abrigo. Sin dudarlo, se incorporó y salió de la
cueva. Fuera, las llamas de una colosal hoguera se alzaban hacia el cielo
estrellado y Nunila las contemplaba en un extremo en silencio, ensimismada. No
te vas a acercar?, le preguntó sin inmutarse». In Luis Zueco, El Castillo, 2015,
Titivillus, In Luis Zueco, O Castelo, 2015, Alma dos Livros, 2020, ISBN
978-989-899-914-0.
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JDACT, O Castelo, História, Século XI, Idade Média,