«(…) El Tribunal de la Historia, que juzga pero no castiga, registó sus primeras palabras como papa, dirigidas en ese instante a su primo, alborozado: Ahora sí que voy a gozar. Las noventa y cinco iracundas tesis de Lutero no le hicieron mella. Era un espíritu feliz, en las antípodas del agriado Pablo IV de nuestros días, y sólo mató a un cardenal: al pérfido Alfonso Petrucci de Siena, quien en un complot con otros cuatro purpurados lo quería envenenar contra natura, haciendo de una salida entrada: le habían dado al médico toscano Battista de Vercelli la consigna de aplicarle a Su Santidad, con el pretexto de tratarle la úlcera, un tósigo maquiavélico, florentino, por el antifonario. No se les hizo. El papa descubrió la conjuración, ejecutó a Petrucci, puso a pudrirse en la cárcel a los otros cuatro cardenales y vivió varios años más, feliz, con la conciencia tranquila y disfrutando de lo que Juan Pablo II llamaba hace poco, en pleno epicentro del sida en África Central, el banquete de la vida, hasta que lo llamó doña Muerte a su banquete de gusanos: como a tantos otros papas que lo precedieron o siguieron, le mandó en el verano sofocante de Roma una cattiva zanzara que le inoculó la malaria. Pero para terminar con Inocencio VIII, fue este otro maestro de la simonía el del acierto de llamar Reyes Católicos a Fernando e Isabel, los de España. Qué menos para un matrimonio que persiguió a moros y judíos, que fundó la Inquisición (maldita) española y que patrocinó a Torquemada! De los miles y miles de inocentes que este dominico vesánico torturó y quemó, ellos en última instancia son los responsables, por ellos se fueron derechito al cielo.
Tras
Beziers cayó Carcasona, donde Amalrico hizo conde de la ciudad a un veterano de
la Cuarta Cruzada, Simón de Montfort, entregándole de paso el mando del
heterogéneo ejército con la recomendación de que tratara a toda la Occitania
como tierra de herejes y se sintiera libre de exterminar a cuantos quisiera sin
tomar prisioneros. Consejo que en un principio el flamante conde no siguió: en
Bram no mató ni uno, a todos los cegó. O mejor dicho a todos menos a uno que
dejó tuerto para que con su único ojo pudiera guiar hasta Cabaret al resto, la
columna de ciegos que avanzaba así: el ciego de atrás con las manos puestas
sobre los hombros del ciego de delante, y delante de todos el tuerto, de suerte
que a la vista del ciempiés alucinante les acometiera a los enemigos de
Inocencio el saludable temor a Dios. Cuarenta y ocho años tenía entonces este
pontífice que había sido elegido a los 37, a la misma edad de Giovanni de
Médicis: pocos comparados con los 78 a que se encaramó al trono de Pedro
nuestro actual Benedicto XVI, pero muchos frente a los 20 a que fue elegido
Juan XI, o los 16 a que fue elegido Juan XII, y ni se diga los 11 a que fue
elegido Benedicto IX, el Mozart o Rimbaud de los papas. Qué precocidad! Y dejen
la religiosa, la sexual! Todavía con su aguda voz infantil con que entonaba
latines, su impúber Santidad ya andaba detrás de las damas. No haber vivido yo
en su Roma para acogerlo con el precepto evangélico Dejad que los niños vengan
a mí! Qué íntimas cuerdecitas no le habría pulsado a ese laúd!
Benedicto
IX (nombre de pila Teofilacto) era sobrino de Juan XIX (nombre de pila
Romarlo), quien había sucedido a su hermano Benedicto VIII (otro Teofilacto),
quien a su vez era sobrino de Juan XII (nombre de pila Octaviano), quien era
hijo del príncipe romano Aberico II, quien era hijo de puta y nieto de puta:
hijo de Marozia y nieto de Teodora, el par de putas, madre e hija, que fundaron
la dinastía de los Teofilactos que le dio seis papas a la cristiandad, a saber
los cuatro enumerados más Juan XI, hijo ilegítimo de Marozia y del papa Sergio
III y elevado al pontificado a los señalados 20 años por intrigas de su mamá, y
Juan XIII, hijo de Teodora la joven (hermana de Marozia) y un obispo. Seis
papas que se dicen rápido, salidos en última instancia de una sola vagina papal
multípara, la de Teodora la vieja o Teodora la puta! Según el obispo de Cremona
Liutprando, el gran cronista del papado de esta época, Juan XIII solía sacarles
los ojos a sus enemigos y pasó por la espada a la mitad de la población de
Roma. Y según el mismo cronista, Juan XII era gran cazador y jugador de dado,
tenía pacto con el Diablo, ordenó obispo a un niño de diez años en un establo,
hizo castrar a un cardenal causándole la muerte, le sacó los ojos a su director
espiritual y en una fuga apurada de Roma desvalijó a San Pedro y huyó con lo
que pudo cargar de su tesoro. Cohabitó con la viuda de su vasallo Rainier a la
que le regaló cálices de oro y ciudades, y con la concubina de su padre Stefana
y con la hermana de Stefana y hasta con sus propias hermanas. Violó peregrinas,
casadas, viudas, doncellas, y convirtió el palacio Laterano en un burdel. Claro,
como era nieto y bisnieto de puta! Un marido celoso lo sorprendió en la cama
con su mujer y lo mató de un martillazo en la cabeza. Alcanzaría a eyacular?
Tenía 24 añitos. Otro que murió en pleno adulterio a manos de un marido burlado
fue Benedicto VII, sucesor de Benedicto VI. Pero no nos desviemos de la pornocracia,
que es como un historiador de la Iglesia, el cardenal Baronio, bautizó a este
período del papado del que el cronista-obispo Liut-prando fue testigo
presencial. Muy bien puesto el nombre: como dedo en culo, como anillo en dedo
de cardenal. Pero no únicamente para ese período. Para toda la Historia de la
Puta!» In Fernando Vallejo, La Puta de Babilonia, 2007, Debolsillo, 2016, ISBN
978-846-633-562-1.
Cortesia de Debolsillo/JDACT
JDACT, Fernando Vallejo, Literatura, Religião,