(1927-1993)
Madrid
Narrador, ensaista e dramaturgo espanhol.
Cortesia de casadellibro
Habían pasado casi tres años y a punto había estado de olvidarlo. Tenía preparada la maleta desde la noche anterior, abierta encima de la mesa para completar su equipaje a la mañana siguiente con la bolsa de aseo, un par de libros y los menudos objetos que en el último instante, rescatados del olvido, sin ambages demostraran su deseo (o la necesidad) de acompañarle en el viaje. Durante varias semanas había estado rumiando una decisión que de tal manera ofendía a sus padres que supondría un ilimitado y completo alejamiento de ellos, al menos hasta que una de las partes entrara en razón y considerara que el caso no era merecedor de una ruptura tan tajante. No estaba dispuesto a claudicar ni tampoco podía esperar de su padre —tras más de quince años de difícil convivencia con quien nunca, desde la edad de la razón, se había entendido— la atenuación de unas condiciones que su madre no supo aliviar, sumida en el dolido silencio que provocara la ruptura pero más atenta a poner de manifiesto su pena que a movilizar sus escasas dotes de negociadora o de árbitro. Lo que iba a abandonar no era tan sólo una casa y unos padres y unos hermanos, sino toda una condición: la de un hijo de familia no demasiado apresurado por hacerse independiente y empezar a ganarse la vida, acogido a la hospitalidad de un padre que no dejaba pasar un día sin hacer manifiestos sus repetidos y manidos reproches, subrayados con el contraste entre su conducta y la de sus hermanos, que, por sinceras que fueran sus simpatías hacia él, no dejarían de someterlas (y si era preciso ocultarlas) al código de la obediencia filial y al acatamiento doméstico a las normas paternas.
Cortesia de kalipedia
Su marcha ponía fin a una segunda época de disgustos diarios y a un clima de insoportables desavenencias. Tal vez de haber tomado una decisión parecida pocos meses antes no habría provocado una solución tan aumática. Pero su madre había depositado sus esperanzas de arreglo en el tiempo, como hacen todas las personas sumisas y poco decididas, no tanto confiando en una vuelta suya a la cordura cuanto por un nuevo desencanto más o por el agotamiento de su último capricho, que le obligarían a volver a casa con el rabo entre las piernas, como ya había ocurrido en otras ocasiones. De esa suerte, con sus actitudes moratorias, había llevado la situación hasta un intolerable crescendo, entonado por un padre que consideraba que cada día que pasaba aumentaba en un grado el desafuero de su hijo y acompañado por un hijo que de una fecha a otra atribuía mayor importancia a lo que en un principio no habría pasado de ser un trastorno de juventud: cuanto peor consideraba el padre la reputación de aquella mujer, tanto más concluía el hijo que se debía a ella; cuanto más protestaba el hijo de la dignidad de sus sentimientos, tanto más denunciaba el padre —hasta enardecerse— la desvergüenza y la falta de decoro en sus relaciones.
Lo último en que pensaba aquella mañana era en un pequeño paquete guardado en el fondo del primer cajón de su mesa. A punto estu vo de olvidarlo, acuciado por la prisa de salir de la casa de la manera más ostensible, traicionado por un despertador que no llegó a sonar o si sonó no llegó a oír, sumido en un profundo sueño a causa de una retirada muy tardía, tras una noche de excesos. Se había propuesto el día anterior abandonar el hogar paterno a primera hora, antes incluso de que se despertara la servidumbre, pero su prolongado sueño y la traición del despertador le obligaron a hacerlo con la casa en pie y la discreción con que pensaba llevar a cabo la partida, para cerrar con un gesto de elegancia un combate que no incluía el triunfo de una de las partes, se había de trocar en una cierta altanería para compensar la pérdida de aquel toque con otro de equivalente resonancia.
Por eso tuvo que cerrar a toda prisa la maleta, para salir de la casa mientras sus padres terminaban el desayuno; para cruzar ostensiblemente por delante del comedor, con la maleta en la mano, sin detenerse ni desviarse para un último saludo, para dejar en suspenso la mirada frontal de su padre —tal vez con la taza en la mano— y sesgada la lateral de su madre, inte rrumpida por la sombra que sin tiempo para la visión le anunciaría la consumación del acto que de manera tan torpe ha bía tratado de impedir.
Cortesia de javiermarias
Y sin embargo tenía que haberlo recordado; fue al comprobar que había vaciado el cajón donde guardaba sus efectos y útiles más diversos e inclasificables cuando en el fondo topó con él. Y se congratuló de haberlo encontrado tan casual e inopinadamente, pues de haberlo olvidado allí no habría pasado mucho tiempo —tal vez el necesario para descender por la escalera hasta el portal, decidido a renunciar al ascensor para no verse expuesto a una imprudente espera en el rellano que bien podía aprovechar su madre para una última e incómoda escena— para traerlo a la memoria —en virtud de la precisión con que en la lejanía se echan de menos algunos objetos que pueden pasar inadvertidos cuando se vive entre ellos. Había permanecido allí por espacio de casi cinco años, esfumada ya la curiosidad que había despertado cuando se lo entregó su abuelo en los últimos días de su vida y que bien podía haber satisfecho tras su muerte, pues nadie en la casa conocía su existencia ni, menos aún, las palabras con que había acompañado el regalo que —le constaba— debía consistir en un objeto de un cierto valor, capaz de sacar a cualquiera de un pequeño apuro. Pero el respeto a su memoria se había impuesto a la curiosidad, se decidió a seguir el consejo de su abuelo y no teniendo ocasión clara para desobedecerlo poco a poco lo fue olvidando en el fondo del cajón, en espera de la circunstancia prevista en su donación». In Juan Benet, Variciones sobre un tema romántico, Lumen, ISBN-9788426418999.
Cortesia de Casa del Libro/JDACT