quarta-feira, 17 de abril de 2013

Exposição. El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya. «Los dibujos de esta exposición son la prueba de que España siempre ha sido la España de las regiones, y de que no se puede entender la historia del país sin sus robustas conexiones con el resto de Europa»

Detalhe do estudo para a biblioteca do ‘El Escorial’, 1588-1592
Cortesia de elpais

«Una muestra de la excepcional colección de arte en papel del British Museum aterriza en la pinacoteca madrilena. Desde la construcción de El Escorial hasta el XIX, la exposición fija la diversidad regional desde el Renacimiento hasta Goya.
Murillo, Ribera, Alonso Cano o los pintores afrancesados del siglo XVII se citan en las salas del Prado, gracias a un préstamo del Museo Británico. La exposición también habla del perenne gusto de los coleccionistas británicos desde tiempos napoleónicos.
El director del British Museum, Neil MacGregor, explica el valor que tiene para su museo la colección de dibujos de artistas españoles.

'Cabeza de monje', atribuida a Francisco de Zurbarán.

“Los dibujos de esta exposición son la prueba de que España siempre ha sido la España de las regiones, y de que no se puede entender la historia del país sin sus robustas conexiones con el resto de Europa”. Estas palabras, pronunciadas ayer tras la presentación de la muestra El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya,no correspondieron a la esforzada lectura de un político a su fugaz paso por el Prado. La reflexión pertenecía a Neil MacGregor (Glasgow, 1946), insigne director del British (que antes lo fue de la National Gallery), recién llegado de Londres para adornar con su presencia el acontecimiento de resonancias casi diplomáticas: es la primera vez que las 71 obras, con auténticas joyas de Berruguete, Carducho, Murillo, Alonso Cano, Ribera o Goya, entre ellas, abandonan el museo británico.
La España plural se vertebra en la muestra (que permanecerá abierta hasta el 16 de junio y ha recibido el apoyo de la Fundación de Amigos del Museo) en cinco tramos, atendiendo a criterios cronológicos y geográficos. Se parte de “la importación de las prácticas gráficas en Castilla, entre 1550 y 1560”, cuando los modos y técnicas de los maestros italianos influyeron en los artistas españoles arremolinados en torno al gran proyecto constructivo de El Escorial y el empeño de Felipe II, que siempre exigía un boceto antes de encargar una obra. El influjo italianizante se deja sentir en Madrid durante todo el siglo XVII en los Rizi, Carducho y Carreño de Miranda, aunque cedería a principios del setecientos ante el empuje de los Borbones y de la promesa de la iluminación llegada de Francia.

'La expugnación de Rheinfelden'. Vicente Carducho. Pluma y tinta parda, aguadas de tintas azulada y parda, sobre lápiz negro (1634)

Entre una y otra sección se despliegan los ejemplos (se diría que antagónicos) del dibujo andaluz y valenciano. Si a orillas del Turia, los tonos fueron cálidos y la sanguina tomó el papel entre 1500 y 1700, en Sevilla, Granada y Córdoba la demanda de los activos coleccionistas (eclesiásticos y particulares) alentó incluso la fundación en 1660 de la escuela de dibujo de Murillo y Francisco de Herrera. A esta sección corresponde (aunque reciba a los visitantes al inicio del recorrido) una de las joyas más destacadas: una intensa cabeza de monje atribuida a Francisco de Zurbarán, que reviste el valor de que no hay noticia de ningún dibujo que lleve su firma.
En esta historia de la España atesorada en el Print Room, el legendario departamento de papel del museo londinense, hay dos versos libres: Ribera (y sus figuras masculinas en perpetuo martirio) y Goya, en cuyo universo los agarrotados, los locos y la barbarie inquisitiva se codean con un estudio del primer duque de Wellington que cierra la muestra, dato que a MacGregor sirvió de nuevo para ofrecer una lectura política. “La muestra comienza con Felipe II y termina con Wellington, dos momentos de unión entre España y las islas. El primero, por su matrimonio con María I de Inglaterra, y el segundo, porque entonces los países se aliaron en su odio contra Napoleón”.
El dibujo del noble de aire resignado sirvió para preparar un retrato ecuestre, pintado durante una estancia del duque en Madrid. Pero la del trabajo previo es solo una de las variadas funciones del dibujo mostradas en la exposición. Aquí también hay piezas que son un fin en sí mismo. Y se propone un interesante juego con obras del museo, que encuentran eco en alguna de las piezas del British, como en el caso de El enano Miguelito, que Francisco Rizi introdujo como una de las ¡cerca de 3.000! figuras de su Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid. Los responsables del museo desafían a los visitantes a dar con ella.


La muestra también se puede leer como un homenaje al gusto de los coleccionistas británicos por el arte español. José Manuel Matilla, jefe del Departamento de Dibujos y Estampas del Prado y coordinador del proyecto, recordó los nombres de algunos de los más prominentes. De Thomas Harris a Richard Ford; de John Charles Robinson a lord Wellington. Fue durante la conferencia inaugural, que, pese a lo planeado, tuvo que dictar solo; el comisario de la muestra Mark P. McDonald faltó a su cita en el Prado tras perder un avión en Londres.
Parte de aquella fascinación —presente también, según el director Miguel Zugaza en la muestra contigua de las naturalezas muertas de El Labrador (sus principales clientes fueron en el XVII los diplomáticos ingleses)— se ha querido trasladar a la atmósfera de la exposición. El color elegido para las paredes es un homenaje “al que adornaba la Pollock House de Stirling Maxwell [historiador, político y apasionado del arte español], en Glasgow”. Muy cerca, por cierto, de lugar en el que MacGregor, director del British, creció como un fanático de Dalí.
Y por lo que se ve, la fascinación por lo español no ha desaparecido a orillas del Támesis. La muestra que llega ahora a Madrid es una versión (más reducida, al dejar por el camino las estampas de Goya) de la que ocupó con gran éxito las salas del British Museum a finales del año pasado. Según cálculos de la institución la exposición atrajo a 400.000 visitantes.
Durante mucho tiempo ha sobrevivido la tesis de que los artistas españoles del Renacimiento y comienzos de la Edad Moderna no dibujaban. Se creía que la costumbre general consistía en ejecutar directamente sus pinturas y que el carácter emocional hacía que primara la inmediatez sobre el detalle. Lo cierto es que, a diferencia de las escuelas alemanas e italianas, en España se han conservado pocos dibujos; pero no porque los españoles no fueran amantes del detalle y de esa exquisitez artística que es el dibujo, para muchos la esencia del Arte. El problema era, ya entonces, que el género no interesaba a los coleccionistas españoles y que los propios autores no lo valoraran más que como meros recuerdos.
Lo cierto es que aunque se conserven pocas pruebas, los artistas sí dibujaban. Lo hacían a modo de apunte, como trabajo preparatorio o como estudio de detalle. Lo mismo que sus colegas europeos. Así se demuestra en la exposición que hoy se ha presentado en el Museo del Prado bajo el título El trazo español en el British Museum, una relevante selección de 71 obras que por primera vez se pueden ver en España y que viene a completar el conocimiento que se tiene de artistas como Goya, Murillo, Velázquez (una atribución), Vicente Carducho, Francisco Rizi, Alfonso Berruguete o Francisco Pacheco. Comisariada por Mark McDonald, conservador del Gabinete de Dibujos del British y coordinada por José Manuel Matilla, responsable del departamento de Dibujos y Estampas del Prado. La exposición, patrocinada por la Asociación de Amigos del Museo, ofrece una compleja cartografía de la historia del dibujo español.


Miguel Zugaza, director del Prado, considera que por vez primera nos podemos aproximar a la definición de lo que ha sido el trazo en el dibujo español. “Esta exposición desmiente la tendencia generalizada al naturalismo sin el paso previo por el diseño. El catálogo es un trabajo de investigación definitivo y un homenaje al coleccionismo inglés, gracias al cual podemos ver ahora todas estas obras”.
La más que notable colección de dibujos del British cuenta con más de 250 obras de artistas españoles. Ya en 1846, el Británico se hace con una importante tanda de piezas en la subasta del vizconde de Castel Ruiz. Por otro lado, el coleccionista John Charles Robinson acumuló una importante colección durante sus numerosos viajes por España. El diplomático y coleccionista los vendió después a un millonario escocés y finalmente fueron adquiridos por el Museo Británico.
De los tesoros y lecciones incluidos en la colección habla Matilla. Cuenta que los artistas italianos que vinieron al Escorial para decorar los frescos y las casullas difundieron una forma de trabajar que fue asimilada por los artistas nacionales. Felipe II era siempre partidario de que todos los artistas le presentan el diseño del proyecto para tener controlado el resultado final y para evitar lo que ahora llamaríamos derramas presupuestarias. De manera que italianos, flamencos y españoles realizaron dibujos previos de sus posteriores obras.
Pero no hubo una manera única de ejecutar el trazo. El mapa de esta peculiar historia del dibujo así lo demuestra y el montaje divide la exposición en seis áreas bien definidas: Castilla (1550-1600), Madrid (1600-1700), Andalucía (1550-1700), Valencia (1500-1700), Siglo XVIII y Goya (1746-1828).
El recorrido empieza con trabajos de algunos de los artistas extranjeros que trabajaron para la decoración de El Escorial, como Pellegrino Tibaldi del que se expone el estudio para la decoración de la Biblioteca del monasterio, una de las obras cumbre del siglo XVI. Las telas del manto de una virgen dibujada por Alonso Berruguete dan idea de la huella que los extranjeros estaban dejando en los españoles.
La ciudad de Madrid, espejo del arte cortesano, cuenta con maestros que viven de muy niños las aportaciones de los italianos. Juan Carreño de Miranda, Francisco Camilo o Francisco de Herrera son algunos de los que se adelantan en la combinación de técnicas dibujísticas y papeles de gran tamaño que luego darán paso a proyectos de escenarios teatrales o proyectos arquitectónicos.
Uno de los dibujos más sorprendentes de la zona es El enano Miguelito, realizado por Francisco Rizi. Se trata de una de las decenas de figuras que forman parte del cuadro titulado Auto de fé en la plaza Mayor el 30 de junio de 1680, en el que se da cuenta de los cinco días durante los que el Tribunal de la Inquisición juzgó y condenó a decenas de personas.
El dibujo, como algunos otros, va acompañado de una cartela en la que se hace referencia a la pintura y a su ubicación dentro del museo, de manera que la exposición puede tener una continuidad por las diferentes salas del edificio.
Andalucía, principal centro comercial del imperio desde comienzos del XVI, tuvo tres sedes artísticas: Sevilla, Granada y Córdoba, tres sedes donde los encargos que recibían los artistas procedían de la Iglesia y de particulares. La cabeza de monje, atribuida a Francisco de Zurbarán, es una de las obras más deslumbrantes de un espacio en el que ocupan un lugar especial seis dibujos realizados por Murillo. En su calidad de haberse formado en la escuela sevillana, se incluyen aquí también obras de Francisco Pacheco, Antonio del Castillo y Velázquez, si bien, el autor de Las Meninas, ha sido incluido con un triple estudio de un caballo que se atribuye sin que conste su autoría definitiva. “Se cree que se conservan menos de cinco dibujos de Velázquez,” asegura el coordinador de la exposición. “No sabemos bien las causas. Se perdieron, no los guardaron....Lo cierto es que apenas existen”.




El dibujo en Valencia incluye los trabajos napolitanos de Ribera, uno de los artistas que se entregó al dibujo como una actividad independiente de su pintura. Como característica de la región, se muestran trabajos en los que se hace un alarde del dominio de la aguada realizados por Francisco Ribalta o Pedro de Orrente.
El siglo XVIII se adentra en maestros como Luis Paret y su Baile de máscaras en el Teatro del Príncipe o José Camarón y su Mujer oriental bajo un toldo, pero, inevitablemente, el protagonismo lo alcanza Francisco de Goya con toda una sala en la que demuestra el poderío que le convirtió en un referente mundial en la historia del arte. El dibujo preparatorio para la estampa de El agarrotado, una imagen alusiva a los abusos del poder judicial, o Locos, una de sus últimas obras firmadas en Burdeos, son dos piezas que por si solas justificarían la visita a esta exposición». In Iker Seisdedos Madrid, El País.

Cortesia de El País/JDACT