Señores:
«De todo corazón
agradezco la honra que el Ateneo me dispensa eligiéndome para narrar á esta Asamblea
ilustre lo que fueron las navegaciones portuguesas anteriores al viaje de Colón.
Quiso el destino que Portugal rehusase los ofrecimientos y resistiese á las tentaciones
del gran navegante que dio á Castilla las Américas quién sabe? para que en esas propias Américas, simultáneamente
labradas por nosotros, estos dos pueblos hermanos apareciesen también vecinos y
también hermanados por los vínculos luminosos que los enlazan sobre los pedestales
de la Historia. Cuando se observa, señores, el contorno de la Península hispana
delineando un cuadrado casi perfecto, y en ese cuadrado la zona portuguesa que bordea,
aunque incompletamente, la faz occidental, desde luego se comprende cómo los pueblos
de la España, separados en varios reinos, que al fin vinieron á fijarse en dos,
representan en el mundo uno solo é igual pensamiento, una sola y soberana acción.
Ese pensamiento y acción
se realizaron en los descubrimientos ultramarinos, que también estaban indicados
como destino á las naciones poseedoras de la Península extrema del occidente europeo.
Cualquiera que fuese el carácter psicológico de esos pueblos, el hecho físico de
su localización litoral, determinaria la naturaleza de su papel histórico. Así es
que vemos á los frisios y á los jutes, ramos de la familia germánica, tan diversa
por temperamento de la española, concurrir con ella en la exploración ultramarina,
por lo mismo que también les fué destinado en Europa un lugar litoral sobre el mar
del Norte. Pero si la fuerza de las cosas así impelía á las naciones peninsulares,
no por eso cada una dejaba de colaborar en la obra común con sus dotes y cualidades
peculiares. Mientras el castellano iniciaba de un golpe su empresa, rasgando de
parte á parte el Océano en esa aventura genial de hace cuatro siglos, nosotros los
portugueses íbamos pausada y pacientemente á lo largo de las costas africanas ó
de isla en isla, en ese propio mar que Colón surcó como un rayo, caminando paso
á paso, avanzando siempre, con una audacia tan perseverante como prudente.
Un mismo destino, un mismo
norte, una única ambición nos movía, no obstante, á ambos: era la India. Y cuando cada
una de las naciones peninsulares halló sus
Indias, el carácter del dominio, la naturaleza de la ocupación y las fisonomías
de los héroes de ambos países, siempre iguales en el espíritu proselítico, siempre
idénticos en la acción dominadora, encuentran, sin embargo, fórmulas diversas con
que se acentúan de un modo imposible de confundir. Y todavía, de cualquier forma,
con la candidez y con la audacia, con férrea violencia, y con tenacidad de bronce,
con el amor y con el imperio; cada cual con sus dotes propios, caminábamos ambos
á un destino común, colaborando en una idêntica empresa, coronándonos recíprocamente
con una aureola de gloria que marcará en todo y siempre, mientras haya memoria de
hombres, nuestros pasos por el teatro infinito de los siglos.
Señores:
Ya nadie hoy se atreve á
suponer que hechos tan considerables como fueron las navegaciones portuguesas
de los siglos XIV y XV pudiesen brotar abruptamente de los planes y del genio
de un hombre, aunque ese hombre fuese, como fué, grandemente heroico el infante
D. Enrique. La señal de los héroes es la intuición con que sienten y perciben pulsear
el alma de un pueblo, y encarnándola en sí, se vuelven como símbolo nacional. Por
tal motivo, mucho tiempo pasaron por creadores.
No es así. El viejo aforismo
ex
nihilo nihil, en punto alguno se demuestra más exacto que en éste; y así
es que, antes de acercarnos nosotros á la figura grandiosa del infante D. Enrique,
hemos de estudiar con minuciosa paciencia el desenvolvimento colectivo y obscuro
de los elementos con que pudo y supo levantar el edificio de gloria suma de
toda la España, porque fué de ese nido de águilas plantado en Sagres que saheron
todos, absolutamente todos los navegantes peninsulares». In J. P. Oliveira Martins, Navegaciones
y Descubrimientos de los Portugueses Anteriores al Viaje de Colon, Conferência,
leída el dia 24 de Febrero de 1892, Ateneo de Madrid, Sucesores de Rivadeneyra,
Madrid, 1892.
Cortesia de AteneoMadrid/JDACT