As Rotas
La Carrera de Indias: Inconvenientes y Ventajas del Sistema Español de
Comunicaciones Transatlánticas
«Cuando en 1778 regresó la
que habría de ser la última flota de la Nueva España al mando del científico y
marino sevillano, don Antonio de Ulloa, se cerraba un ciclo de navegación en
convoyes que se había iniciado a mediados del siglo XVI. Por esas mismas
fechas, el Reglamento de Comercio Libre terminaba con otro de los puntales básicos
de la organización marítima con la que la metropoli española se había
comunicado com sus colonias americanas, me refiero, evidentemente, a lo que se
ha denominado como sistema de puerto
único. Concluían los monopolios detentados por Sevilla y luego por Cádiz,
asi como los de Veracruz y Cartagena de Indias. A partir de entonces, decenas
de puertos, tanto en América como en España, quedaba autorizados a mantener
contactos comerciales directos a través del Atlántico y el Pacífico. Un sistema
que había durado más de dos siglos era desmantelado por la adaptación a la
realidad que efectuaban los ministros ilustrados
de la dinastía borbónica. Pretendo en estas breves líneas realizar algunas
reflexiones sobre las características del sistema tradicional de comunicaciones
organizado en la Carrera de Indias desde mediados del siglo XVI, asi como las
razones que llevaron su creación, a su excepcional duración y a su
desmantelamiento final.
Sevilla fue la ciudad que la Corona Española escogió desde princípios del
siglo XVI como centro de las comunicaciones transoceánicas y sede de una
aventura náutica que, sin demasiados sobresaltos y con una aceptable puntualidad,
lograba unir cada año Filipinas con Europa a través del continente americano.
Precisamente el término de Carrera de
Indias, con el que los contemporáneos denominaron este tráfico, refleja muy
graficamente un fluir incesante de barcos que unían Sevilla con las Indias. Junto
con Lisboa, la capital andaluza, fue la gran dominadora de las rutas oceánicas
del siglo XVI, y a fines de esa centuria se había convertido, con sus ciento
cincuenta mil habitantes, en una de las ciudades más grandes de Europa. Pero, por qué se escogió Sevilla como origen y
destino del tráfico con las Indias españolas?
La elección de la ciudad tenía a su favor argumentos muy importantes. En
primer lugar los cuarenta mil habitantes con que contaba a fines del siglo XV
la convertían ya en el mayor núcleo de población del reino de Castilla. A la
hora de reunir y dar alojamiento a marineros, soldados, comerciantes y
pasajeros, se necesitaba la infraestructura que solo una ciudad populosa podía
ofrecer. Al mismo tiempo, en una época en la que las grandes familias
nobiliarias imponían su ley en una gran cantidad de villas y lugares, la ciudad
de Sevilla era, desde su reconquista a los moros, un importántisimo centro del
poder de la Corona. Los reyes disponían en ella de una residencia permanente (el
alcazar), y allí colocaron la sede del almirantazgo destinado a dominar el
estrecho de Gibraltar.
Por otra parte, la alimentación de la numerosa población flotante, que inundaba
la ciudad durante el despacho y recibimiento de las flotas, estaba asegurada
por la riqueza del valle del Guadalquivir, una de las regiones más feraces de
la península, productora de excelentes cosechas de trigo, aceite y vino. Al
mismo tiempo, la ciudad había sido, desde la baja Edad Media, un centro
comercial importante, donde confluía el tráfico que se realizaba con el norte
de Africa, a través del reino musulmán de Granada, con las líneas de navegación
que las repúblicas italianas habían establecido con el norte de Europa a través
del estrecho de Gibraltar. Los avispados negociantes genoveses hacía tiempo que
se habían establecido en Sevilla, donde contaban con un barrio propio y, desde
allí, realizaban buenos negocios en el prometedor mercado de las navegaciones
atlánticas, ejerciendo el doble papel de comerciantes y banqueros.
Pero si la posición geográfica de Sevilla tenía una favorable vertiente
económica, no eran menos las ventajas puramente náuticas de su situación. La
ciudad poseía un puerto interior que aprovechaba el curso del rio Gudalquivir y
colocaba el fondeadero de los navíos a unos noventa kilómetros hacía el
interior, lo que significaba estar a cubierto de cualquier assalto de
corsarios, piratas o de ataques de potencias enemigas. La desembocadura del rio
se abría, además, en el centro del arco del litoral suratlántico de la Corona
de Castilla, que iba desde Tarifa a Ayamonte. Esta era una región que
concentraba un buen número de poblaciones marineras cuyos hombres y barcos
estaban acostumbrados a navegar la ruta de Canarias, la cual, teniendo en cuenta
la dependencia de la navegación de los ventos dominantes, resultaba la puerta
más favorable del camino de las Indias Occidentales». In Pablo Emílio Perez-Mallaina, Viagens
e Viajantes no Atlântico Quinhentista, coordenação de Maria da Graça Ventura, Edições
Colibri, Faculdade de Letras de Lisboa, Lisboa, 1996, ISBN 972-8288-21-2.
Cortesia de Colibri/JDACT