As Rotas
La Carrera de Indias: Inconvenientes y Ventajas del Sistema Español de
Comunicaciones Transatlánticas
«(…) Se ha hablado mucho sobre los defectos del sistema de
comuniciaciones español con América. El más importante que se le achaca es su
caracter eminentemente defensivo, que dejó poco protegidos algunos flancos del imperio,
propiciando el asentamiento de las potencias enemigas. Igualmente se ha
criticado su caracter excesivamente restrictivo en materia económica, que
limitó los beneficios del tráfico a los intereses fiscales de la Corona y a los
de los grandes comerciantes de los Consulados de Sevilla, México y Lima, sin
repartir sus efectos de manera uniforme por la totalidad de la monarquía.
También se ha dicho que, a pesar del esfuerzo legislativo, el teórico monopolio
de los comerciantes españoles fue burlado de mil maneras por los extranjeros,
que se las ingeniaron para introducir sus mercancias y barcos a través de
testaferros. Todo ello es cierto, pero debe tenerse en cuenta que las más duras
críticas suelen tomar como ejemplo la situación de la Carrera de Indias en la
segunda mitad del siglo XVII, cuando todo el sistema de comunicaciones se
anquilosó y dejó de funcionar eficientemente. Sin embargo debe reconocerse que
durante los primeros cien años de su existencia el sistema funcionó
razonablemente bien, sobre todo desde un pusto de vista estrictamente militar.
Con los dedos de una mano, y aun sobrarían, pueden contarse las flotas que
fueron apresadas por el enemigo a lo largo de toda la época colonial, aunque es
cierto que a partir de mediados del siglo XVII, durante los periodos de guerra
declarada contra las potencias marítimas europeas, las comunicaciones quedaban
bloqueadas. Quizá el principal defecto que puede achacarse a este sistema es su
falta de flexibilidad. El procedimiento de enviar expediciones en forma de
convoyes no era descabellado. Recordemos que en fechas tan cercanas como las de
la Primera y Segunda Guerras Mundiales, los aliados se vieron obligados a
establecerlos para protegerse de los submarinos alemanes, que ejercían el mismo
tipo de presión que los corsarios de los siglos XVI y XVII.
El problema estaba en que lo que podía ser razonable en 1550 no lo era en 1650 y mucho menos en 1750.
Para que un sistema de monopólio estricto, con puertos limitados y convoyes
protegidos, pudiera resultar exitoso era preciso que se mantuvieran algunas
condiciones previas. Dos son las más importantes. La primera poseer un notable
dominio del mar que permitiese proteger las flotas. Debe tenerse en cuenta que
los convoyes solo son efectivos contra enemigos, como los corsarios, que son individualmente
peligrosos, pero que nada pueden hacer contra una escolta de buques de guerra.
Sin embargo, cuando España fue perdiendo el dominio global del mar en los
espacios atlánticos, resultaba un irresponsable suicidio reunir en grupos los
buques mercantes, cuando había paises capaces de oponer fuerzas superiores a
las de los navios de escolta. De una manera parecida, para el funcionamiento
del sistema de convoyes era también preciso que las potencias hostiles no
contaran con bases perrnanentes en el continente americano desde las que
interceptar las flotas. Hasta comienzos del siglo XVII no hubo otros
asentamientos permanentes en América más que los españoles y portugueses, a
partir de esas fechas la cosa cambió y el Caribe, lugar de tránsito obligado,
se convirtió en un avispero de colonias de paises enemigos de las potencias
ibéricas. La segunda condición para que funcionase un sistema como el español no
era de caracter estratégico sino económico. Según un elemental principio
comercial, las flotas españolas podían tener éxito si al llegar a su destino
encontraban demanda para los productos que transportaban. Sin embargo, a medida
que decaía el poder global de la monarquía española, holandeses, franceses e
ingleses se las ingeniaron para navegar directamente a las Indias y llenar con
sus productos de contrabando los puertos españoles. No se trataba ya de un
contrabando interno por el cual los extranjeros utilizaban testaferros
españoles para introducir sus manufacturas dentro de las flotas. Ahora era un
contacto directo mucho más peligroso. Por otra parte, las mercancias que se
enviaban en un convoy seguramente irían más seguras, pero esta seguridad implicaba
costos muy altos: había que pagar la escolta; la pesada maquinaria burocrática
que conllevaba la organizacìón de las flotas; las demoras de los intereses de prestamos
y polizas de los seguros en unas expediciones siempre lentas, pues debían
adaptarse a la velocidad del menos rápido de los veleros que componían la
flota, etc.» In Pablo Emílio Perez-Mallaina, Viagens e Viajantes no Atlântico
Quinhentista, coordenação de Maria da Graça Ventura, Edições Colibri, Faculdade
de Letras de Lisboa, Lisboa, 1996, ISBN 972-8288-21-2.
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