segunda-feira, 29 de setembro de 2014

La Ordem del Temple. Breve Historia. José Luis Corral. «... entre los siglos XI y XII en Europa se fueron asentando los nuevos reinos: Inglaterra, Francia, el Imperio romano-germánico, los reinos hispánicos, los Estados de la Corona de Aragón, Navarra, Castilla y León y Portugal»

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En el origen de las Cruzadas (1095-1119). El despertar de Europa
«(…) Durante ese medio milenio los reinos de la cristiandad occidental resistieron todos los envites, mantuvieron sus creencias cristianas y lograron imponer su cultura y su religión a normandos y magiares, que acabaron convirtiéndose al cristianismo a fines del siglo X y asumiendo sus modos políticos y sociales. Con el islam fue diferente. Superiores en cultura y en formas de civilización al haber sabido sintetizar y aprender las aportaciones culturales de los imperios conquistados, los musulmanes mantuvieron sus postulados religiosos y su identidad. La falta de unidad del islam, la pérdida de su impulso fundacional y la lenta recuperación, a la vez que la voluntad de resistencia, de los pequeños reinos cristianos de la Península Ibérica dieron lugar a un largo período de estabilidad de fronteras con el mundo cristiano que se concretó en una línea estable y sólida que desde el valle del Duero atravesaba toda la Península hasta el piedemonte del Pirineo y de allí a las islas Baleares y Sicilia, y más allá del Mediterráneo al sur de Anatolia y a Armenia. Y así se mantuvo desde mediados del siglo VIII hasta mediados del siglo XI. Superada la época de las llamadas segundas invasiones (musulmanas, normandas y magiares), asimilados en lo social, lo económico, lo cultural y lo religioso los vikingos y los húngaros, y mantenidos a raya los musulmanes, los reinos cristianos de Occidente pudieron al fin vislumbrar tiempos menos convulsos. Durante el siglo XI el Occidente cristiano comenzó a salir del largo y oscuro período que caracterizó buena parte de la Alta Edad Media y que ha sido denominado en algunas ocasiones como las Épocas Oscuras.
A ello no fue ajeno el nuevo modelo socioeconómico que se había venido configurando desde fines del mundo romano y que se concretó en el feudalismo. En efecto, la descomposición del poder centralizado y su sustitución por los poderes locales, feudales, en suma, no generó un gran Estado capaz de recoger la herencia romana, pero esa multiplicación de los centros de poder fue un factor que contribuyó decisivamente al triunfo del modelo feudal. Un gran imperio, aparentemente sólido y estable, puede ser aniquilado de un plumazo por otro más poderoso o más ágil, como le ocurrió a los persas sasánidas con los musulmanes, pero acabar con todo un conglomerado de reinos, principados y Estados feudales parece mucho más difícil. Sin duda, la atomización del poder y de sus centros de control en Europa occidental en la Alta Edad Media fue uno de los pilares de su supervivencia. Entre tanto, la Iglesia, que había logrado mantener en condicio nes aceptables su red de obispados y su poderosa influencia social, se regeneró merced a la reforma impulsada por el papa Gregorio VII (1073-1085) y ganó prestigio y espacios de influencia social y política. No en vano había sido la única institución que, pese a tantos problemas, se había mantenido firme y unida hasta entonces. Al abrigo de esta nueva situación, la transformación de Europa occidental comenzó a ser patente. La economía y el comercio florecieron, se abrieron nuevos mercados, surgieron talleres artesanales, las ciudades crecieron, la agricultura se desarrolló ganando espacio a los bosques y a las marismas y multiplicando la producción, y los Estados lograron establecer nuevas formas políticas en torno a dinastías reales que se consolidaron. Tras varias centurias de descomposición política y caos social, entre los siglos XI y XII en Europa se fueron asentando los nuevos reinos: Inglaterra, Francia, el Imperio romano-germánico, los reinos hispánicos (los Estados de la Corona de Aragón, Navarra, Castilla y León y Portugal).
Semejante crecimiento económico y un desarrollo social concretado en la aparición de una incipiente burguesía impulsaron a toda la sociedad a un despegue generalizado: las ciudades duplicaron e incluso triplicaron su extensión, siendo necesario construir nuevos barrios para acoger a la creciente población, la construcción disfrutó de un auge inusitado y los ya grandes templos románicos de la primera mitad del siglo XII fueron sustituidos por las todavía más grandes catedrales del nuevo estilo gótico, que encarnó el triunfo de la cristiandad en el siglo XIII. Nunca hasta esa época la cristiandad de Occidente había disfrutado de una bonanza similar. La misma Iglesia participó de esta situación y contempló cómo se multiplicaron las órdenes monásticas y se fundaron monasterios, conventos y parroquias por todas partes. Los siglos XII y XIII fueron los de la gran expansión de Europa. Desde el siglo II, el de mayor apogeo del Imperio romano, Occidente no había vuelto a vivir una situación tan bonancible, y por ello los dirigentes políticos y religiosos se creyeron en condiciones de ir más allá de lo que habían heredado. En la Península Ibérica, los reinos cristianos del norte se lanzaron a la conquista del territorio musulmán del sur; en el centro de Europa, los alemanes avanzaron hacia el este en un proceso a la vez colonizador y cristianizador, y ante estos primeros grandes triunfos se despertó tal euforia que se vio factible la realización de un viejo sueño: la conquista de la perdida Tierra Santa y la recuperación de los Santos Lugares, aquellos en los que Cristo había nacido, predicado la buena nueva y muerto». In José Luis Corral, Breve Historia de la Ordem del Temple, Edhasa, Ensayo Editora, 2006, ISBN 978-84-350-2684-0.

Cortesia de Ensayo/JDACT