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de wikipedia e jdact
El
Despacho
«El
guardia levantó la mirada y preguntó el motivo de mi visita. Había pasado los últimos
18 años lejos de la redacción como corresponsal y el hombre no me reconocía
como uno de los periodistas del diario. Me pidió la identificación y, al
llevarme la mano al bolsillo, me di cuenta de que no la llevaba conmigo. Vaya, dije,
olvidé la cartera en casa. Si no tiene identificación, no puede entrar. Tiene una
cita? Verá… Yo en realidad venía a… Chismes, nuestro redactor jefe de crónica
rosa, apareció en ese momento haciendo aspavientos: es el nuevo director! Es el
nuevo director! Una de las secretarias corría hacia nosotros para aclarar el
malentendido, mientras el vigilante quería que se lo tragara la tierra y yo me
preguntaba si aquello no sería una señal de que todo iba a ser más difícil de
lo que había imaginado. Después de todo, el tipo al que habían parado en la entrada
era el más improbable de los directores de periódico que hubiera tenido el país.
A director de un diario nacional se llegaba tras construirse un perfil político
en los pasillos del poder o escalando puestos durante toda una vida de intrigas
y rivalidades en la redacción. Yo había enviado crónicas desde lugares remotos,
cubierto guerras olvidadas y viajado a revoluciones que nunca terminaban de
serlo, acompañado por un bloc de notas y mi vieja Nikon. Nunca había gestionado
un equipo y no tenía el número de teléfono de ningún político o empresario del
país. Siempre había mostrado desdén por los despachos, convencido de que se podía
pasar por la vida com relativo éxito sin mandar a nadie y sin que nadie te
mandara a ti.
Pero ahí estaba, a punto de
ocupar no ya un despacho, sino El Despacho.
Entre las cuatro paredes del rincón
más noble del diario se habían tomado decisiones que habían tumbado gobiernos y
hundido carreras políticas,resucitado otras, desvelado secretos de Estado y
urdido las exclusivas más importantes de las últimas tres décadas. El despacho
del director de El Mundo
había sido en todo ese tiempo uno de los mayores centros de influencia del
país, cortejado por reyes y jueces, ministros y celebridades, escritores y
cantantes, caciques y conseguidores. Aunque había perdido peso en los últimos años,
seguía siendo uno de los pocos lugares temidos por el poder.
Mi llegada coincidía con el peor
momento de la prensa. Nuestra circulación impresa había caído más de un 60 % en
los siete años anteriores, ingresábamos la mitad en publicidad y vivíamos bajo una
economía de guerra en la que se dejaban de cubrir noticias para no tener que
pagar el taxi a los reporteros. El
País nos había arrebatado el liderazgo en internet, a pesar
de haber sido los pioneros digitales de la prensa nacional. La redacción,
desmoralizada, había sufrido años de reducciones de sueldos y despidos, ninguno
más traumático que el del fundador del diario y director durante su primer
cuarto de siglo de historia, Pedro Jota Ramírez. Casimiro García-Abadillo,
durante años apodado el Príncipe Carlos porque nunca terminaba de suceder a
Jota, había durado 15 meses en el puesto cuando finalmente ocupó El Despacho.
El país vivía, además, el momento de mayor tensión política desde la transición
a la democracia, con una economía herida, una elite que se aferraba atemorizada
a sus privilegios, nuevos partidos que amenazaban el orden establecido y unos
medios de comunicación en su mayoría arrodillados ante el poder, que había
aprovechado nuestra fragilidade para organizar el mayor y más coordinado ataque
contra la libertad de prensa desde el final de la dictadura del general Franco.
Qué podía salir mal?
Mientras caminaba hacia la
redacción, una vez superado el malentendido con el guardia de seguridad, sentí
el mismo hormigueo en el estómago que había precedido a las más estúpidas y algunas
de las mejores decisiones que había tomado en el oficio: al ser enviado a mi
primera noticia, Jiménez, manifestación en Carabanchel. Vete para allá, al
aterrizar en Hong Kong para inaugurar la corresponsalía en Asia, o cuando marché,
con fantasías sacadas de El año que
vivimos peligrosamente, chaleco multibolsillo incluido, a mis
primeras revueltas, desastres naturales y guerras. No tardé en descubrir que
había escogido un trabajo que podía cambiarme y que, si me descuidaba, no podría
elegir de qué forma. Si volvía de una masacre en Borneo, me asaltaba la duda: me
horrorizaría de la misma forma la siguiente? Si había vivido rodeado de cadáveres
tras el Gran Tsunami del Índico y, pasados unos días, su hedor se me hacía
soportable, acaso me estaba importando menos la gente cuya tragedia había ido a
contar? Si pasaba demasiado tiempo en lugares tomados por la hijoputez, donde
vecinos que antes se pedían la sal ahora se degollaban, cuánta de aquella oscuridad
me llevaría conmigo de regreso a casa?» In David Jiménez Garcia, El Director, Libros
del KO, SLL, 2019, ISBN 978-841-767-809-8.
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