quarta-feira, 22 de abril de 2020

El Director. David Jiménez. «Bien, bien… Todo eso está muy bien, pero pronto entenderás que, en el mundo real, las cosas no son tan fáciles. Yo te voy a ayudar en todo. Sabes?»

Cortesia de wikipedia e jdact

El Despacho
«(…) Y, sin embargo, en contra de lo que pensaba entonces, no sería en aldeas de Afganistán, revueltas en Birmania o entre las ruinas de Sumatra donde más a prueba se iba a poner mi idea de lo que debía ser un periodista, sino en ese despacho desde donde me disponía a disfrutar de inmejorables vistas al poder y lo que este hace a las personas. Conspiraría y traicionaría como había visto hacer a otros por conservar mi pequeña parcela? Confundiría mis intereses con el proyecto noble y necesario que era un periódico? Me convertiría, también yo, en uno de ellos? En mi discurso de presentación ante la redacción recordé mis dificultades para acceder al periódico y dije que no me parecía mala idea que los guardias de seguridad me pararan todos los días antes de entrar, preguntándome quién era y a qué venía. Quizá me ayudaría a recordar que solo era un periodista, no un gerente o un político, y que si mi trasero se acomodaba excesivamente en mi nuevo sillón me convertiría en uno de los segundos. Admití las inconveniencias de mi elección como director, no conocía a muchos de mis compañeros, no tenía contactos en España y sin duda había candidatos con más experiencia, pero me comprometí a aprender rápido y dejé caer la ventaja que quizá compensaba aquellas carencias. Había llegado al puesto sin deberle un favor a nadie. Y sin que nadie me lo debiera a mí.
El día que salga por esa puerta,dije, mi mochila estará igual de ligera que hoy. Terminé mi discurso prometiendo que mi lealtad estaría siempre con mis periodistas y con los lectores y, sin haberlo preparado, me giré hacia los directivos que me flanqueaban diciendo que esse compromiso estaba también por encima de ellos. El Cardenal cambió el gesto y lo recompuso rápidamente con una sonrisa forzada. Aquella misma tarde, en nuestra primera reunión en su despacho de La Segunda, se mostró amable y condescendiente al censurar mi intervención: créeme que entiendo todo lo que has dicho y me parece inteligente, porque ahora es importante que te ganes a la gente y era lo que tenías que decir. En realidade,dije, creo todo lo que les he dicho.
Bien, bien… Todo eso está muy bien, pero pronto entenderás que, en el mundo real, las cosas no son tan fáciles. Yo te voy a ayudar en todo. Sabes?, dije aparcando una discusión que me parecía prematura. Nunca pensé que fueras a tener los huevos. Los huevos? Sí, para traerme. Para hacer la revolución en un diario de la prensa tradicional. Nadie en este país se ha atrevido a hacer nada parecido. El Cardenal sonrió, sin ocultar que le había agradado el comentario: eso es porque no me conoces todavía. Estamos juntos en esto, no lo olvides. Si lo piensas bien, yo estoy más en tus manos que tú en las mías. Eres mi última bala.
Lo que El Cardenal trataba de decirme era que, si las cosas tampoco le salían bien conmigo, los propietarios italianos pedirían su cabeza, no la mía. Había despedido a los dos anteriores directores en menos de dos años, pagando una fortuna en indemnizaciones y desestabilizando el periódico. No sería fácil culpar a un tercero de que las cosas siguieran marchando mal. En realidad, nadie que conociera la historia de la empresa podía aspirar a sobrevivir al nuncio de Milán. Había salido airoso de todas las crisis, ganado todas las batallas internas y eliminado a todos sus rivales, reales e imaginarios, para mantenerse al frente entre olas de despidos, amenazas de bancarrota y asedios políticos. Y todo lo había hecho sin arrugarse el traje, sin una salida de tono o un mal gesto com nadie, operando y deshaciéndose de sus adversarios con la discreta opacidad de un cardenal, encontrando siempre una salida al laberinto de intrigas en el que los demás se perdían. La broma que circulaba por la redacción era que, en caso de apocalipsis nuclear, al día siguiente abriríamos con un titular a cinco columnas: sobrevivieron las cucarachas y El Cardenal». In David Jiménez Garcia, El Director, Libros del KO, SLL, 2019, ISBN 978-841-767-809-8.

Cortesia de LibrosdelKOSLL/JDACT