O Despertar da Europa
«A la caída del Imperio
romano a fines del siglo V, la Europa meridional y el mundo mediterráneo se
descompusieron en numerosos Estados que fueron gobernados por las castas
militares dirigentes de los invasores germánicos. Del viejo Imperio sólo quedó
la mitad oriental, el llamado Imperio bizantino, que com diversas y variables
fronteras subsistió hasta 1453. A lo
largo de la segunda mitad del siglo VII una nueva fuerza no prevista hasta
entonces hizo una fulgurante aparición en el escenario del Oriente Próximo y
del norte de África. Se trataba del islam, que construyó un gran
imperio desde la India hasta los Pirineos en apenas un siglo. La Europa
occidental de la Alta Edad Media, fruto de la mezcla desigual y heterogénea de
los restos de la cultura romana, las aportaciones germánicas y la religión
cristiana, fue acosada entre los siglos VII y X por amenazas considerables. Por
el sur, el islam avanzó hasta el mismo
corazón de Europa; los musulmanes conquistaron casi toda la península Ibérica,
buena parte del sur de Francia, la mayoría de las islas del Mediterráneo
occidental y asentaron algunas bases estratégicas en el sur de Italia y en la
costa mediterránea francesa. Algunas razias llevaron a los jinetes musulmanes hasta
los valles alpinos. Pero el avance, hasta entonces incontenible, se
frenó a mediados del siglo VII a causa sobre todo de los enfrentamientos
internos entre diversas facciones religiosas y políticas, que provocaron el
cisma y la desmembración en el que durante un siglo había sido un imperio unificado
y pujante.
A la amenaza musulmana
por el sur, se sumaron por el norte y el oeste las invasiones de los llamados pueblos del norte, los temidos
vikingos o normandos. Estos germanos del norte asolaron entre fines del
siglo VII y fines del X las costas atlánticas europeas y las islas y las
regiones meridionales del mar Báltico. En su afán explorador en busca de botín,
penetraron en el Mediterráneo, llegaron a crear un reino en Sicilia y
comerciaron con los pueblos eslavos de Rusia instalando factorías comerciales a
lo largo de los cursos de los grandes ríos de Europa oriental. Tan temidos, o
más incluso, que los musulmanes, los normandos fundaron importantes
principados, como el ducado de Normandía, en el noroeste de Francia, o
el Danelaw, en el norte de Inglaterra.
Por fin, a principios del siglo X, en plena
descomposición del Imperio carolíngio, el único intento de reconstrucción
europea, pero que sólo fructificó entre los años 778 y 843, hicieron su
aparición los magiares o húngaros, un pueblo procedente de la profundidad de
las estepas euroasiáticas que asoló las regiones orientales de la cristiandad hasta
que en el año 951 fue detenido por
el emperador Otón I en la batalla de Lechfeld. Así, tras las invasiones
germánicas que certificaron la agonía y muerte del Imperio romano de Occidente
en el año 476, Europa atravesó una
largo período de cinco siglos en los que, a pesar de esfuerzos efímeros (como
el realizado por el emperador Carlomagno), se vio amenazada desde todos los
flancos y en todas las regiones por enemigos poderosísimos, algunos de ellos
paganos, como los normandos y los magiares, o los seguidores de otras
religiones con ansias universales, como los musulmanes. Acosada desde todos los flancos,
la civilización surgida en Europa occidental tras la caída de Roma parecía
abocada a su fin; pero, contra todo pronóstico, sobrevivió.
Durante ese medio milenio los reinos de la cristiandad occidental
resistieron todos los envites, mantuvieron sus creencias cristianas y lograron
imponer su cultura y su religión a normandos y magiares, que acabaron
convirtiéndose al cristianismo a fines del siglo X y asumiendo sus modos
políticos y sociales. Con el islam fue
diferente. Superiores en
cultura y en formas de civilización al haber sabido sintetizar y aprender las
aportaciones culturales de los imperios conquistados, los musulmanes
mantuvieron sus postulados religiosos y su identidad. La falta de unidad del
islam, la pérdida de su impulso fundacional y la lenta recuperación, a la vez que
la voluntad de resistencia, de los pequeños reinos cristianos de la península
Ibérica dieron lugar a un largo período de estabilidad de fronteras con el
mundo cristiano que se concretó en una línea estable y sólida que desde el
valle del Duero atravesaba toda la Península hasta el piedemonte del Pirineo y
de allí a las islas Baleares y Sicilia, y más allá del Mediterráneo al sur de
Anatolia y a Armenia. Y así se mantuvo desde mediados del siglo VIII
hasta mediados del siglo XI». In José Luís Corral, Breve História de la
Orden del Temple, Ensayo Edhasa, 2006, ISBN 978-84-350-2684-0.
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