Cortesia
de wikipedia e jdact
«Desde nuestra atalaya del siglo XXI echamos una mirada
retrospectiva y las vemos intercambiarse por diversos espacios geográficos de
la piel de toro, dejando superpuestas sus huellas femeninas, que diferenciamos
bajo el gentilicio de portuguesas o españolas. En realidad, mujeres peninsulares
que dejaron su impronta positiva o negativa, como corresponde a la espécie humana.
Mi modesto homenaje al Profesor José Adriano Carvalho, consiste en mostrar un reducido
a la vez que representativo elenco de mujeres vinculadas a nuestra historia
peninsular. Protagonistas de situaciones y actuaciones de diversa índole, sus
trayectorias fueron muy diferentes. Algunas, las menos, regresaron a su tierra
natal; otras, nunca volvieron a pisar el suelo patrio. Este muestreo, por
tanto, lo constituyen mujeres que representan la varia y compleja condición humana,
cuya respuesta ante un mismo estímulo es imprevisible. Al hacer recuento de su
bien o mal obrar, a veces se resalta la nacionalidad como un rasgo
caracterizador. Experimentarían ellas en vida esos prejuicios? A mi modo de
ver, las divisiones político-geográficas establecidas por el hombre, no
implican una idiosincrasia peculiar; si acaso, pueden influir los factores
geográficos determinados por la naturaleza.
En general, las
féminas, desde el más bajo al más alto nivel social, fueron objeto de tráfico, moneda
de cambio, para satisfacer intereses de todo tipo. Los enlaces dinásticos
supusieron un continuo trasegar, no sólo de las mujeres destinadas a reinas consortes
sino también de las que éstas llevaban consigo a su servicio. Emigrantes
forzosas, presas de saudade,
unas; otras, de morriña,
cabe considerar más afortunadas a las que no salieron de la Península. Quedan
atrás muchas de ellas cuando, en agosto de 1447, Isabel, hija del Infante Don
Juan y de Isabel de Barcelos, deja Portugal para unirse al rey Don Juan II de
Castilla. La memoria de esta Isabel aparece ensombrecida por dos actuaciones
horrendas: la muerte de Don Álvaro de Luna, su mediador matrimonial (el aciago
fin de este valido parece responder a las intenciones del propio rey; quizás lo
que deba atribuirse a su esposa Isabel sea la maquinación, por cuanto, según
refieren las crónicas: como el Rey Don Juan ya tuviese gran desamor al Maestre
de Santiago (…), dijo a la Reina que le dijese qué forma le parecía que se
debía tener para que la prisión del Maestre se pusiese en obra) y el atroz tormento
que inflige a Beatriz Silva, pariente suya selecionada en Portugal para formar
parte de su séquito en calidad de dama. Quizás ambos crímenes contaran con el
estímulo de una exacerbada celotipia. Se achaca la demencia que acusó tras la
muerte de su marido a posibles remordimientos; en realidad, la celotipia ya es
síntoma de patologia demencial. Lo paradógico es que la perversión de esta
reina engendró una santa y, su vientre, la soberana más paradigmática de
España: Isabel la Católica. A ella correspondió cerrar los ojos de tan
turbulenta madre el 15 de agosto de 1496, en Arévalo.
En cuanto a Beatriz
Silva, hija de Ruy Gómez de Silva e Isabel de Meneses, hay dudas sobre si nació
en Ceuta, siendo su padre Alcaide de la ciudad hacia 1424, o en Campo Mayor, de
donde también lo fue más adelante. Ejemplo de familia itinerante entre España y
Portugal, lo cierto es que Beatriz pasó la infancia y parte de su juventud
entre ambas poblaciones, hasta que se traslado a Castilla, como queda dicho,
con la temible reina Isabel. A partir de entonces, ya permaneceria en España
para siempre, extendiéndose su memoria universalmente, perpetuada en los
altares y a través de una nutrida descendencia de concepcionistas franciscanas.
No procede que nos detenhamos ahora en la biografía de esta santa; pero sí
quiero reflejar una anécdota que relatan las Crónicas de Fray Marcos de Lisboa,
al referirse a su huída de la Corte camino de Toledo para refugiarse en el
Monasterio de las Dueñas de Santo Domingo el Real.
(…) En este camino
fue confortada por el Señor con otro aparescimiento, y oyó que la llamaban en lenguaje
Portugués, y volviéndose a ver quién la llamaba, vio venir dos frailes de S.
Francisco.
Estos frailes, nada
menos que Francisco de Asís y Antonio de Padua (mas bien habría que decir de
Lisboa),
saludáronla con
palabras de mucha consolación, y no sólo le quitaron todo el temor, y angustia
de su alma, mas entre otras muchas palabras le dijeron que fuese muy segura y
cierta, que con el favor de la madre de Dios sería ella madre de muchas hijas,
muy benditas, y nombradas, y estimadas en el mundo.
La Infanta Juana,
hija de Duarte de Portugal y de Leonor de Aragón (nació en Almada (Portugal),
adonde se había trasladado la familia real huyendo de la peste. Hija póstuma de
D. Duarte, se educó con su madre en Toledo); por ende, hermana de Alfonso V de
Portugal, es obligada a contraer matrimonio con Enrique IV de Castilla, que
había fracasado en sus primeras nupcias con Blanca de Navarra. La boda se
celebra en Córdoba el 21 de mayo de 1455». In Maria Isabel Barbeito Carneiro, Mujeres
Peninsulares entre Portugal y España, Doctora en Letras por la Universidad Complutense
de Madrid, Península, Revista de Estudos Ibéricos, nº 0, 2003.
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