sexta-feira, 11 de março de 2016

O Arqueólogo. Martí Gironell. «No te pares! Venga, largo, fuera!, le ordenó. El chico, no obstante, se detuvo porque en dirección contraria llegaba un joven religioso, pequeño y enjuto, que le sonreí atras una barba espessa»

jdact

Caminho de Suez
«(…) A su lado, un pasajero dejó debajo del banco las zapatillas que calzaba y se acomodó en su minúsculo espácio mientras empezaba a hacerse un masaje en los pies com la mano y a contarse los dedos del pie. Alguien sacó el codo por aquella ventanilla donde otro pasajero apoyaba la cabeza mientras miraba con indiferencia a los críos que se paseaban por el andén gritando que tenían las últimas noticias del diario o que vendían golosinas. Entraron un par de árabes que transportaban dos cajitas. Uno llevaba cacahuetes, semillas de sandía, calabaza y garbanzos tostados, y vendió algún cucurucho a cinco céntimos, seguramente como cena. Sin embargo, Ubach y Vandervorst se decantaron por el otro, que, sorprendentemente, les ofreció ostras frescas y baratas. Difícilmente tendrían otra ocasión de disfrutar de una comida tan lujosa y a tan buen precio. Cuando el cuadro ya estaba lleno de color, por la puerta del vagón apareció un copto vestido con gorra y un uniforme de color amarillo oscuro y gritó: tadkare, tadkare!
Todo el mundo se llevó la mano al pecho porque era el momento de enseñar el billete al revisor. Todos cumplieron con aquel trâmite con más o menos celeridad a excepción de un pasajero. El padre Ubach se fijó en un chico canijo. Se había acurrucado en un rincón del compartimento para intentar pasar desapercibido al revisor; en definitiva, trataba de evitar al cobrador, lo evitaba. Sin embargo, el encuentro era ineluctable. Las largas piernas uniformadas del copto se plantaron delante del chico, que estaba sentado con la espalda contrala pared del vagón, rodeándose las piernas con los brazos, como si no quisiera verlo, pero notando la presencia autoritaria del cobrador. Billete!,gritó. El chico no se movió. Billete!, volvió a grítar el uniformado, acompañando sus palabras con una patada en el muslo del chico acurrucado.
El chico sacó la cara de entre las piernas. Era oscura y la tenía muy sucia, y sus ojos eran negros y redondos, limpios y brillantes, pero estaban llenos de pánico y miedo. Un mechón de cabellos, también negros, le caía por la frente y dejaba entrever una cicatriz. No tengo, señor, contestó. Entonces tendrás que bajar, venga. Lo cogió del brazo con la intención de arrastrarlo hacia la puerta. El chico, no obstante, no se movía. Levântate o te doy!, le amenazó el cobrador, empuñando una porra que llevaba ligada a la cintura. No, señor, por favor, no me pegue, se lo ruego, dijo el niño lloriqueando, a la vez que se protegía com los brazos de la posible agresión. El revisor no podía perder más tiempo y lo agarró por el brazo lo levantó de un tirón y lo condujo a empujones hasta la salida. No te pares! Venga, largo, fuera!, le ordenó.
El chico, no obstante, se detuvo porque en dirección contraria llegaba un joven religioso, pequeño y enjuto, que le sonreí atras una barba espesa y unas gafas de vidrios redondos, que rodeaban unos ojos pequeños y vivos. Su figura reducida contrastava con la energía que desprendía gracias a su fuerza interna. Vestido con un hábito oscuro y con la cabeza envuelta con una kufiyya, un gran pañuelo de algodón de color crudo , y fijado con un egal, una cuerda muy gruesa hecha con pelos de cabra, a prueba de los vientos más huracanados. Era el padre Ubach, que se dirigió al copto para pagar el billete del chico hasta Suez. En aquel momento, un silbido rasgó el aire irrespirable del compartimento, seguido de una sacudida que anunciaba que el tren empezaba a correr sobre los raíles». In Martí Gironell, O Arqueólogo, 2011, tradução de Julia Alquézar, Editora Suma, Madrid, 2011, ISBN 978-848-365-228-2.

Cortesia ESuma/JDACT