quarta-feira, 4 de dezembro de 2013

Viagens e Viajantes no Atlântico Quinhentista. Maria da Graça Ventura. «En pocas palabras: la dura y desconocida realidad geográfica del Nuevo Mundo, junto con la falta de incentivos económicos, se encargaría de descorazonar a muchos de los posibles invasores»

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As Rotas
La Carrera de Indias: Inconvenientes y Ventajas del Sistema Español de Comunicaciones Transatlánticas
«(…) Los colonos eruropeos asentados en América apreciaban especialmente las ropas de calidad. Con ellas pretendían equipararse en presencia a los nobles del Viejo Mundo y distinguirse todavía más de las masas indígenas. Como otros muchos nuevos ricos los colonos amaban el lujo y, por ello, las bodegas de los barcos transportaban como carga principal telas finas que alcanzaban en América precios elevadísimos. Los vinos y el aceite andaluces eran también muy apreciados en América, pues, como la mayoría de las colonias españolas se situaban en zonas tropicales, su agricultura no era capaz de producirlos. Los colonos pagaban materialmente a precio de oro estos alimentoes que, a través del paladar, les hacían añorar sus tierras de origen. Finalmente, se enviaban dos metales muy importantes que escaseaban en América: hierro (en planchas, clavazón o herramientas) y mercurio, que se empleaba en la industria minera para favorecer la extracción de plata por el sistema de amalgama. En general, puede decirse que sólo productos que alcanzaban altísimos precios en los mercados de ambos continentes tenían la posibilidad de ser objeto de comercio en la Carrera de Indias. La larga duración de los viajes, el gran número de tripulantes, los intereses de los préstamos y las cuotas de los seguros convertían los costos del transporte en sumas muy elevadas, que solo permitían el tráfico rentable de algunas pocas y preciosas mercancías.
Toda la estrategia que presidió la orgunizaciónde la Carrera de Indias estuvo destinada a combatir a dos enemigos igualmente temibles: los corsarios y los contrabandistas. Los primeros eran la punta de lanza con la que otras potencias europeas pretendían disputar a la monarquía hispana sus pretendidos derechos a la exclusividad en los mares y tierras del Nuevo Mundo. Los segundos fueron inicial y fundamentalmente súbditos españoles dispuestos a escamotear las riquezas americanas a los funcionarios que debían cobrar los impuestos. Para combatir a ambos la Corona estableció un sistema que concentraba en pocos puntos el tráfico mercantil, permitiéndo defenderse mejor contra los enemigos y vigilar de manera más fácil a los posibles defraudadores. En general puede decirse que solo los súbditos españoles estaban capacitados para comerciar y navegar a las Indias, aunque durante el reinado del emperador Carlos V, el resto de los vasallos del vasto imperio tuvieron bastantes facilidades para conseguir excepciones a esta regla. Las mercancías no tenían por qué ser producidas en España, pero si debían pertenecer a un comerciante español y haber sido importadas legalmente, lo que significaba que debían pagar impuestos a la entrada de España, a la salida hacia las Indias y a la entrada en el continente americano. En suma, la Corona española no hizo sino practicar la teoría económica más en boga en el momento: el mercantilismo, tendente a defender la industria nacional mediante el monopolio y las restricciones, y a enriquecer las arcas del Estado desviando hacia el país la mayor cantidad posible de metales preciosos.
Como es natural, las restantes potencias europeas lanzaron duros ataques contra este sistema porque las privaba de los tesoros del Nuevo Mundo. No se trataba de una pugna a nivel de teoria económica, sino una simple diputa de intereses, lo cual quedó demostrado cuando, tras la der rota política y militar española, se vio como los antiguos detractores del sistema de monopolio hispánico, practicaban un tipo de economía colonial tan excluyente para los demás paises como lo había sido el español. Para facilitar la protección de las rutas marítimo-mercantiles, asi como el cobro de los impuestos, la Corona decidió concentrar la defensa en aquellas tierras que fueran capaces de producir el metal estrategico por excelencia: la plata. Como por una aparente paradoja del destino las regiones productoras de la mayor cantidad de metales preciosos (México, Colombia y Peú) coincidían con las áreas más densamente pobladas en la época prehispánica, la decisión parecía doblemente lógica. Los estrategas españoles consideraban que el resto de las regiones no era necesario defenderlas con la misma intensidad, pues, al no hallarse en ellas productos que fuera rentable exportar a Europa, los resultados económicos de las expediciones atacantes no compensarían los enormes gastos realizados para organizarlas. Al igual que los ejercitos rusos han confiado en el general inviemo para derrotar a los posibles invasores, los colonos españoles y los estrategas de la metrópoli confiaban en la desinformación que los extranjeros tenían sobre la situación americana y esperaban tener a su lado al general distancia y al general desconocimiento. En pocas palabras: la dura y desconocida realidad geográfica del Nuevo Mundo, junto con la falta de incentivos económicos, se encargaría de descorazonar a muchos de los posibles invasores.
Por todo ello, la defensa se concentró en unos pocos puertos, que fueron los únicos habilitados de manera permanente para el comercio trasatlántico. En España fue Sevilla, tal y como hemos visto. En América, Veracruz se constituyó en la puerta de entrada de todo el subcontinente norte, mientras que Cartagena de Indias lo era de toda Suramérica. En el viaje de vuelta, tanto los buques procedentes de Veracruz como los de Cartagena de Indias se reavituallaban en la Habana, antes de iniciar el definitivo salto del océano. La navegación directa desde España al resto de los puertos americanos no estaba totalmente prohibida, pero se veía mediatizada por la consecución de permisos especiales difíciles de obtener». In Pablo Emílio Perez-Mallaina, Viagens e Viajantes no Atlântico Quinhentista, coordenação de Maria da Graça Ventura, Edições Colibri, Faculdade de Letras de Lisboa, Lisboa, 1996, ISBN 972-8288-21-2.

Cortesia de Colibri/JDACT