Ateneo
de Madrid. Navegaciones. 24 de Fevereiro de 1892
Señores:
«(…) Á los normandos se unieron
los árabes vecinos, desde que, á partir del siglo VIII, la espada victoriosa de
Alfonso I expulsó á los moros para el sur del Vouga, y claro es que en tales
condiciones, ni la pesca, ni el cabotaje, esos dos primeros rudimentos de la
navegación, podían medrar. Es lícito afirmar sin recelo que, tomando este
momento como punto de partida, asistimos al primitivo desarrollo del movimiento
que nos ha de dar como expansión culminante, los viajes épicos de Colón, de
Gama y de Magalhaes. El primer momento de la reacción, la primera simiente, la vemos cuando,
reconquistada la Galicia y con ella Oporto, el obispo de Compostela, Diego
Gelmires, inicia la organización de fuerzas navales que resistan á la piratería
de los moros, assoladora en toda la costa, desde Sevilla hasta Coimbra, ab Hispali usque ad Cohimbriam,
como dice la Historia Compostelana. El obispo Gelmires contrató genoveses,
porque los italianos ejercían en esas épocas el papel que en la antigüedad los
griegos y los fenicios habían tenido. Eran los hombres de mar, conocedores de
sus secretos, domadores de sus caprichos. Eran los pilotos que habían, á través
del Mediterráneo, llevado á buen puerto la primera cruzada en el año de 1096. Eran, como la crónica dice, optimi
navium artífices, nautaeque peritissimi: eran los primeros marineros y
constructores navales.
Efectuada la separación de
Portugal, consumada la conquista de la línea del Tajo, y después del Sado, con
la toma de Lisboa y de Alcacer, la nueva monarquía portuguesa, desde sus primeiros
momentos, reconoce que, habiéndola cabido en el reparto la zona litoral del
occidente hasta el Algarve, esto es, hasta donde esa zona termina, su fuerza,
su destino y la primera urgência era poseer una marina, no para defensa
solamente, como la del obispo de Compostela, sino también para consumar la
reconquista en la parte meridional del reino. Así el destino necessário del
pueblo portugués se acentuaba pronto en las condiciones de su emancipación
política, al mismo tiempo que las Cruzadas, restableciendo la navegación
internacional de los mares del Norte hacia el Mediterráneo, y viceversa,
mostraban la importancia excepcional de los dos grandes puertos de la costa portuguesa:
Oporto y Lisboa. Vese, pues, señores, que aunque no hubiese aún marina militar organizada;
aunque los cruzados y sus armadas fuesen nuestros auxiliares constantes, ya
también por mar se iba repitiendo la lucha duramente peleada en tierra. Y cómo podría suceder esto, si no hubiese
ya en las ciudades y villas marítimas una población activa y barcos numerosos?
Los había, y ya en frente de la costa lusitana los pescadores singlaban en el
mar, y ya las comunicaciones entre los varios puertos eran frecuentes. En
Oporto pescaban la ballena, que aun entonces habitaba nuestros mares; en el
Algarve pescaban el coral, y el atún en armazones de almadrabas construidas por
maestros sicilianos y genoveses. Estas pesquerías de Lagos fueron el principal
vivero donde, un siglo después, el infante Enrique reclutó el personal de
sus expediciones.
Era natural, por tanto, que los
reyes de nuestra primera dinastia quisiesen consolidar en el mar una fuerza que
ya entonces, después de consumada la reconquista, era completa en tierra. Habia
colonias de pescadores y marineros, había barcos, había mar; pero faltaba quien
en ese mar supiese navegar y combatir, y quien supiese construir navios. Para
la defensa y colonización de la tierra habían los reyes multiplicado las
donaciones á naturales y extranjeros, llamando las órdenes monásticas militares
internacionales y repitiendo los señoríos hereditarios. Pero el mar no había
quien lo defendiese y explorase; y la idea de repetir sobre él lo que se
practicaba sobre la tierra, debía ocurrir obviamente. Había que conceder la
frontera del Océano. Fué lo que se hizo, en tiempo del rey Diniz, contratando el
almirantazgo, como entonces se decía á la moda árabe, con elgenovés Pessaña.
Dos siglos después, el Rey de Portugal, repetia lo que hiciera el obispo de
Compostela, Gelmires. Y así como á la sombra de las ya remotas medidas
defensivas vimos nacer y crecer la vida del litoral, así ahora vemos esparcirse
rápidamente las navegaciones. Hay ya en Oporto un comercio activo con la
Flandes; ya se envía sal á Francia. Celébrase el tratado que Lisboa y Oporto
pactan, por cincuenta años, con Eduardo III de Inglaterra para la pesca en los
mares de los dos países. Se mandan plantar las dunas de la costa, creándose el
vasto pinar de Leiria, aun hoy propiedad nacional, para abastecer los arsenales
ó taracenas establecidas,
tanto en Lisboa, como en Oporto». In Oliveira Martins, Conferência,
Descobrimentos dos Portugueses (anteriores a Colon), Navegaciones, 1892, Ateneo
de Madrid, Establecimiento tipográfico Sucesores de Rivadexeyra, Impresores de
la Real Casa, 1892.
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