Ateneo
de Madrid. Navegaciones. 24 de Fevereiro de 1892
Señores:
«De todo corazón agradezco la
honra que el Ateneo me dispensa eligiéndome para narrar á esta Asamblea ilustre
lo que fueron las navegaciones portuguesas anteriores al viaje de Colón. Quiso
el destino que Portugal rehusase los ofrecimientos y resistiese á las
tentaciones del gran navegante que dio á Castilla las Américas quién sabe?, para que en esas
propias Américas, simultáneamente labradas por nosotros, estos dos pueblos hermanos
apareciesen también vecinos y también hermanados por los vínculos luminosos que
los enlazan sobre los pedestales de la Historia. Cuando se observa, señores, el
contorno de la Península hispana delineando un cuadrado casi perfecto, y en ese
cuadrado la zona portuguesa que bordea, aunque incompletamente, la faz occidental,
desde luego se comprende cómo los pueblos de la España, separados en varios
reinos, que al fin vinieron á fijarse en dos, representan en el mundo uno solo
é igual pensamiento, una sola y soberana acción.
Ese pensamiento y acción se
realizaron en los descubrimientos ultramarinos, que también estaban indicados
como destino á las naciones poseedoras de la Península extrema del occidente europeo.
Cualquiera que fuese el carácter psicológico de esos pueblos, el hecho físico
de su localización litoral, determinaria la naturaleza de su papel histórico.
Así es que vemos á los frisios y á los jutes, ramos de la familia germánica,
tan diversa por temperamento de la española, concurrir con ella en la exploración
ultramarina, por lo mismo que también les fué destinado en Europa un lugar
litoral sobre el mar del Norte. Pero si la fuerza de las cosas así impelía á
las naciones peninsulares, no por eso cada una dejaba de colaborar en la obra
común con sus dotes y cualidades peculiares. Mientras el castellano iniciaba de
un golpe su empresa, rasgando de parte á parte el Océano en esa aventura genial
de hace cuatro siglos, nosotros los portugueses íbamos pausada y pacientemente
á lo largo de las costas africanas ó de isla en isla, en ese propio mar que Colón
surcó como un rayo, caminando paso á paso, avanzando siempre, con una audacia
tan perseverante como prudente.
Un mismo destino, un mismo norte,
una única ambición nos movía, no obstante, á ambos: era la India. Y cuando cada
una de las naciones peninsulares halló sus Indias, el carácter del dominio, la
naturaleza de la ocupación y las fisonomías de los héroes de ambos países,
siempre iguales en el espíritu proselítico, siempre idénticos en la acción
dominadora, encuentran, sin embargo, fórmulas diversas con que se acentúan de
un modo imposible de confundir. Y todavía, de cualquier forma, con la candidez
y con la audacia, con férrea violencia, y con tenacidad de bronce, con el amor
y con el imperio; cada cual con sus dotes propios, caminábamos ambos á un
destino común, colaborando en una idêntica empresa, coronándonos recíprocamente
con una aureola de gloria que marcará en todo y siempre, mientras haya memoria de
hombres, nuestros pasos por el teatro infinito de los siglos.
Señores: Ya nadie hoy se
atreve á suponer que hechos tan considerables como fueron las navegaciones
portuguesas délos siglos XIV y XV pudiesen brotar abruptamente de los planes y del
genio de un hombre, aunque ese hombre fuese, como fué. grandemente heroico el infante Enrique. La señal de los
héroes es la intuición con que sienten y perciben pulsear el alma de un pueblo,
y encarnándola en sí, se vuelven como símbolo nacional. Por tal motivo, mucho
tiempo pasaron por creadores. No es así. El viejo aforismo ex nihilo nihil, en punto
alguno se demuestra más exacto que en éste; y así es que, antes de acercarnos nosotros
á la figura grandiosa del infante
Enrique, hemos de estudiar con minuciosa paciencia el desenvolvimento colectivo
y obscuro de los elementos con que pudo y supo levantar el edificio de gloria
suma de toda la España, porque fué de ese nido de águilas plantado en Sagres
que saheron todos, absolutamente todos los navegantes peninsulares.
En los períodos crueles de casi
completa anarquía y de un decaimiento universal de las fuerzas y de la riqueza
de la España romana, sus costas y sus puertos eran constantemente asolados por
los piratas que en el mar repetían los robos de la gente de armas en tierra.
Los vikings normandos descendían de los mares del Norte y venían á rodear
España, siendo el terror constante de la playa galaico-lusitana. Pasando más
allá é internándose por el mar del Calpe en el Mediterráneo, iban hasta la
región del Pirineo austral, á establecer allí ese estado efímero, cuya historia
Dozy sacó de las crónicas árabes». In Oliveira Martins, Conferência,
Descobrimentos dos Portugueses (anteriores a Colon), Navegaciones, 1892, Ateneo
de Madrid, Establecimiento tipográfico Sucesores de Rivadexeyra, Impresores de
la Real Casa, 1892.
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